Viva la crisis

No entiendo de qué se queja la gente. Visto con cierta perspectiva, si España no estuviera en ruinas, habría que arruinarla. Y si la crisis económica no existiera, habría que inventarla. Gracias a la crisis ya no tenemos que discutir si este viernes cenaremos en casa o fuera. Buena parte de los españoles, si desean cenar fuera, tendrán que conformarse con hacerlo en el balcón o en el escalón del portal. Una cena en un lugar así es un buen golpe de efecto. Sobre todo si hemos invitado a nuestros amigos a cenar “en casa”. Yo lo hago muchas veces. El hogar es un concepto difuso y amplio que puede extenderse hasta la propia calle. Me apasiona sobre todo lo de cenar frente al portal. Primero bajamos nosotros y montamos la mesa con sus velitas. Y empezamos a comer. Al poco rato se suma el resto del vecindario, cada uno con lo suyo. Siempre terminamos a altas horas de la mañana cantando clásicos populares, coreando consignas contra todos los ministros de trabajo de España y alrededores, y pidiéndole a la del sexto, que es diputada de la oposición, que se asome a la ventana y salude al personal. Cuando lo hace, hay sombreros al viento, vítores y aullidos. Más tarde suele llegar la policía e, igual que en la canción de los Burning, como nadie los ha invitado, allí mismo se termina la fiesta. Cada mochuelo a su olivo.

Gracias a la crisis ya no hay que hacer cola para ir al cine, no hay que reservar en los restaurantes caros, y en algunos bares, con veinte céntimos de propina, te besan la frente y te cantan una de Los Chunguitos a capella. La única fila que se extiende varias manzanas es la del Inem. El resto de las colas han quedado reducidas al mínimo. Ni siquiera hay que pelearse en la charcutería. Hay poca gente, y la que hay ya no pide esa interminable e irracional lista de antaño: “Me va a poner por favor 500 gramos de jamón serrano, 350 de jamón cocido, 290 de mortadela con aceitunas, 270 de mortadela sin aceitunas, 250 de aceitunas sin mortadela. Y después me pone también 150 de salami, 120 de queso, 100 de paté de pato, 80 de jamón de cabra y 50 de jabalí galo trufado de Lacasitos. Y córteme 10 gramitos de lengua de mono adobada, pa probarla”. Ahora la cosa es muy diferente, se llevan unas lonchitas de jamón y suplican a la dependienta: “córtemelo finito, por lo que más quiera”.

Por otra parte, la crisis nos ayuda a responder con rapidez a muchas preguntas domésticas. Ahora el jamón cocido nunca está estropeado, la pantalla de la televisión no es pequeña, las lentejas que hay en la nevera siempre son de anoche, y el “Especial Vacaciones: Trasatlánticos de Lujo” que estorba en el salón se puede tirar. Es más, se debe tirar.

Gracias a la crisis no hay nada importante que discutir en las reuniones de la comunidad de vecinos: ni se arregla el pasamanos, ni se contrata a una empresa de limpieza para que abrillante el llamador del ascensor, ni se desratizará este año la sala de calderas, ni la comuna hippie del ático.

Hace unos días fue la reunión de mi comunidad. Doña Cecilia, antigua exterminadora de ratas profesional, se refirió a estos bichos como “animalitos del Señor que no hacen ningún mal a nadie en la sala de calderas”. Doña Adelita, del 6º izquierda, que lleva veinte años queriendo cambiar el viejo pasamanos de madera por uno de bronce, afirmó en la reunión que había que dejarlo como estaba. Es más, se mostró partidaria de deshacernos de él, “junto al resto del mobiliario del portal”, incluidos los ceniceros, el sofá, la imitación de “La rendición de Breda”, el portero y la señora de la limpieza. “Nos cuestan una pasta y son unos vagos”, añadió enfadada.Don José, por su parte, millonario y especialista en armar gresca en la comunidad, esta vez no acudió a la reunión. En los últimos tiempos todo el vecindario lo busca para pedirle limosnas, por eso anda escondido. Para librarse de la cita, el viejo colgó una nota en la portería pidiendo que disculpáramos su ausencia y explicando que estaba “muy afectado por el fallecimiento de Piolín”, su canario. Lo extraño es que seguimos oyendo cantar a Piolín cada mañana.

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un centro comercial en China

 

Al final, todo este guirigay económico nos hace la vida más fácil. Es una maravilla. Incluso cuando se trata de sortear fácilmente a los comerciales que llaman a casa. Portazo y listo. De donde no hay no se puede sacar. Por eso no queremos enciclopedias, no tenemos interés alguno en coleccionar gatos de colores que mueven la patita hacia delante y hacia atrás, y bajo ningún concepto pensamos colaborar económicamente con la Asociación de Amigos del Agua de los Floreros.

Como ven, todo es más fácil en crisis. Incluso decidir a quien no votar en la próxima ocasión.