En el adiós de Antonio Vega

Lo contaba el martes su amigo Santi Alcanda. Antonio Vega trató de terminar la letra de sus nuevas canciones desde la cama del hospital. Hasta el último suspiro se agarró a su vida, que es lo mismo que su música. Supongo que algún día conoceremos los últimos esbozos de su talento, esos que firmó con letra acelerada mientras el reloj daba ya sus últimas campanadas. Lo importante de casi todas las historias es el final y Antonio Vega ha sabido abonarse a la dignidad del artista de una sola pieza y cruzar la meta con la mirada serena de quien ha cumplido su trabajo. Sin doblez. Asumiendo su título de maestro de la nobleza musical española y paseándolo por cualquier escenario con esa humildad distante que sólo saben practicar unos pocos elegidos.

Los que viven de repartir etiquetas e injusticias le pegaron en la espalda hace años la etiqueta de la tristeza. Ese chico triste y solitario, le decían. Pero Antonio Vega no era triste. Ni solitario. Sus mejores amigos recuerdan con frecuencia su sentido del humor y su generosidad. Dos buenas virtudes que puso en práctica con nosotros en varias ocasiones, en Popes80.com, como recordábamos este martes. Lo hizo durante las entrevistas que le realizó Arancha Moreno y lo hizo también convirtiéndose en el artista invitado sorpresa de nuestra fiesta de VI aniversario, en 2006. Sin tener ninguna deuda especial con nosotros, hizo lo que tantas veces ha hecho con sus amigos: subirse a un escenario por amor a la música, tocar, entregarse a su público, y después bajarse entre aplausos. Sin pedir nada a cambio. Sin pedir nada más.

Desde el pasado martes he leído decenas de artículos sobre Antonio Vega. Amigos, periodistas, músicos... Muchas de las mejores cosas que nos ha dejado ya han sido comentadas por otros. Quizá por eso quiero resaltar su inteligencia y su cultura. La imagen externa que proyectaba no reflejaba bien la riqueza de su interior. Antonio Vega concedía pocas entrevistas, pero en todas ellas asomaba un músico de una gran riqueza intelectual, de una honradez exquisita, de una bondad y generosidad desbordante. Lo escribo ahora, pero lo escribí también en el 2006, en vida de Antonio Vega, en el libro “Haciendo Amigos”. Con frecuencia sorprendía a los periodistas con una lucidez intelectual que ya desearían para sí muchos otros profesionales del mundo de la cultura de mejor porte exterior.

No es casualidad que muchas de sus canciones estén llenas de reflexiones de gran altura intelectual. Nadaba entre la física, la astronomía y la filosofía. Como los clásicos, a los que seguramente había leído. Respiraba, asimilaba y devolvía poesía. Conocía a fondo a muchos autores. Por eso después podía escribir letras tan maravillosas, que crecían cuando pasaban por el filtro de su voz, siempre reconocible, brillante y barnizada, que se mantuvo firme hasta el último de sus conciertos.

Antonio Vega se ganó el respeto de sus compañeros con su talento. El de sus seguidores, con su trabajo. Y el de sus amigos, con su fidelidad y generosidad. Llevó su carrera artística desde la independencia, siempre al margen de tendencias, etiquetas, subvenciones, o afiliaciones políticas o ideológicas. Y esto es un mérito al alcance de muy pocos en España: triunfar y marcharse sin deberle nada a nadie en nuestro país es vivir y morir como un héroe. Por eso hoy toda España le despide con cariño sincero. Como si todos gozáramos de un poco de su amistad y complicidad.

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Sé que en estos últimos años estaba preparando sus memorias junto a Bosco Ussía, hijo del escritor Alfonso Ussía. Es probable que el proyecto estuviese ahora muy avanzado, ya que en su momento los planes del artista pasaban por tratar de publicarlo a finales de 2008. Aunque con frecuencia los proyectos de Antonio Vega solían torcer su rumbo, rehacerse, o retrasarse. A lo largo de la historia podemos comprobar cómo un halo de inquietud artística, improvisación y un cierto caos rodean siempre la vida profesional de los grandes genios. Él no fue ajeno a ese mágico desorden. Tenía ganas de grabar un nuevo disco, de componer nuevas canciones. Tenía ganas de editar su directo. Estaba de gira, grabando cada concierto, y según quienes pudieron seguirlo estos últimos meses estaba registrando sobre el escenario algunas de las mejores noches de su vida.

No sé si esas memorias verán la luz algún día. Espero que sí. Pero mientras tanto tendremos suficiente con girarnos hacia su música –como ha pedido su primo y compañero en Nacha Pop, Nacho G. Vega-. En sus canciones encontraremos su vida y en su vida sus canciones. Dicen los últimos versos de su último disco de estudio, “3000 noches con Marga”: “Te espero porque volverás / tal vez me dé la vuelta un día / y estés tú detrás / Te espero porque se quedó / en el tintero la promesa de un mundo mejor / Yo te espero”.

Antonio Vega volverá cada vez que suene su música, su voz. Porque él es tanto como sus canciones.