¿Y ahora qué?

Un simple test de tres preguntas puede ser suficiente para saber si el Congreso que el PP acaba de celebrar en Valencia ha servido para cerrar o no la crisis que se abrió en este partido tras la derrota electoral del pasado 9-M: 1. ¿Hay seguridad de que Rajoy vaya a ser el candidato del PP a la Presidencia del Gobierno en las elecciones generales que tocan celebrar en el 2012? 2. ¿Percibe la opinión pública a Rajoy como un candidato, que caso de serlo, puede ganar a Zapatero, con el que ya ha perdido dos veces? 3. En unas primarias abiertas y sin cortapisas para elegir candidato del PP a la Presidencia del Gobierno, ¿ganaría Rajoy a otros posibles candidatos como podrían ser Esperanza Aguirre, Gallardón, Francisco Camps o Rodrigo Rato? Si la respuesta a estas tres interrogantes se inclina más bien hacia el NO, como pienso que así sucede, es evidente que el Congreso del PP en Valencia ha supuesto un cierre en falso de la crisis que sufre el principal partido de la oposición.

Estas tres interrogantes y alguna más que se podría plantear tienen un denominador común: la ciudadanía no percibe en Mariano Rajoy un líder sólido, con arrastre, con empuje, con capacidad para cambiar el actual estado de cosas y ganar a Zapatero dentro de cuatro años. Este es el gran problema del PP, que no ha sido resuelto en su Congreso de Valencia.

Mariano Rajoy ha conseguido en Valencia el objetivo a muy corto plazo que se marcó tras la derrota electoral del 9-M: seguir liderando el PP, y en el Congreso de su partido ha tenido un respaldo mayoritario de los compromisarios asistentes, aunque no sea nada desdeñable la suma de votos en blanco y abstenciones que también cosechó su candidatura. ¿Pero ese respaldo de su gente, se corresponde con el que puede tener a día de hoy entre sus votantes? Sólo los tres procesos electorales que tendrán lugar en el plazo de un año –autonómicas vascas, gallegas y europeas- podrán despejar esa incógnita, pero las cosas a priori no pintan bien para el político gallego en esas tres citas electorales.

En Valencia, Rajoy se ha dado un baño de multitud entre los suyos después de tres meses muy turbulentos tras perder las elecciones generales. Pero en el camino se ha dejado muchos “pelos en la gatera”: María San Gil –un referente moral y político- para muchos españoles, y no sólo para los votantes del PP, se ha ido; Ortega Lara se ha dado de baja en el partido por estar en desacuerdo con el trato dispensado por Rajoy y la dirección de Génova a la política vasca; Aznar, que fue quien puso a Rajoy, está profundamente desencantado, por no emplear expresiones mas gruesas, con quien fuera su sucesor y ahí está su discurso crítico durante el Congreso; pesos pesados en la historia reciente del PP como Álvarez Cascos, Mayor Oreja, Rodrigo Rato, Acebes, son también muy críticos con el nuevo rumbo que Rajoy ha impreso al PP.

Como muy bien dijo el secretario general saliente, Ángel Acebes, “menos PP no significa más votos”. Rajoy ha hecho una apuesta por algo que quiere ser nuevo, distinto a lo anterior, pero que tampoco sabe definir muy bien. Y desde luego, si en esa nueva etapa del PP, el hombre fuerte va a ser el andaluz Javier Arenas Bocanegra, -político habilidosillo donde los haya- pues que baje Dios y lo vea.

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Por cierto, el que durante los dos discursos que protagonizó Rajoy en el Congreso, no se refiriera ni una sola vez a María San Gil, me parece que, como mínimo, puede ser calificado como de actitud mezquina por parte del presidente del PP. Hay que tomar muy buena nota de este tipo de comportamientos que reflejan perfectamente como es cada uno.

Seguramente Rajoy haya salido muy satisfecho de la “ola” que le han hecho los suyos en Valencia. A nadie le amarga un dulce, y menos cuando lleva cuatro años tomando aceite de ricino. Pero el auténtico calvario para el político gallego empieza ahora. Tendrá que hacer oposición, definir mejor que significa eso de moverse y adaptarse a los nuevos tiempos; concretar que puede hablar y pactar con esos partidos nacionalistas que lo único que quieren es que España deje de ser España. Y, sobre todo, tendrá que ir sometiéndose al veredicto popular de las urnas. ¿Cuántas elecciones necesita perder Rajoy para tomar la decisión de irse a su casa y dejar paso a otro? En el plazo de un año es posible que se tenga una respuesta a este interrogante, aunque visto lo visto en estos tres últimos meses en el PP, cualquier cosa puede pasar, pro ejemplo –como acertadamente dijo hace unas semanas Francisco Álvarez Cascos- a las derrotas se les sigan llamando victorias.