El “cafelito” del Presidente

Ya es triste y penoso que el Presidente del Gobierno tenga que tomar un “cafelito” en el bar del Congreso de los Diputados, sin cámaras y micrófonos, con un grupo de periodistas, para aclarar lo que quiso decir veinticuatro horas antes en la tribuna del hemiciclo ante sus señorías y ante todos los ciudadanos que siguieron el debate del Plan Ibarretxe por la televisión o por la radio.

Con ese gesto, Zapatero estaba reconociendo implícitamente que no estuvo a la altura de las circunstancias y que su intervención causó mucho desconcierto, no solamente en amplios sectores de la opinión pública, sino sobre todo entre sus propias filas. No hacía falta más que ver la cara de estupefacción con la que Alfonso Guerra seguía el debate desde su escaño o lo manifestado al día siguiente por Rodríguez Ibarra. En debates parlamentarios como el celebrado el pasado día 1 en el Congreso se demuestra quién tiene sentido de Estado y quién no; quién cree en España y quién no; quién asienta la política en valores, en principios, en convicciones y quién lo hace en razones de estrategia partidista y jugando al corto plazo. Lo que se debatía era ni más ni menos el intento de un Gobierno, el del País Vasco, de llevar adelante un Plan -aprobado en el Parlamento Vasco gracias a tres votos de ETA/Batasuna- que plantea la secesión de una parte del territorio nacional. Algo que no había sucedido nunca desde la transición democrática. Ante ese reto, ante ese pulso planteado con toda nitidez por el nacionalismo vasco, resulta que el Presidente del Gobierno de España, que es a quien le corresponde liderar en primera línea la respuesta política, realizó un discurso lleno de guiños, de mensajes complacientes a quien había venido a Madrid a dar patadas en la espinilla a él y a los representantes de la soberanía. Es verdad que Zapatero dejó claro la oposición de su Gobierno al Plan Ibarretxe, pero con igual claridad habló del reconocimiento de dos legitimidades —la vasca y la española- de la apertura de una nueva etapa histórica en la que quepan todos; de no considerar el resultado de la votación como una victoria, etc, etc. En la intervención presidencial se echó mucho en falta referencias claras y contundentes al cumplimiento de la ley, a la igualdad de todos los españoles, a la solidaridad entre todos los territorios; a la situación de falta de libertad en la que muchos ciudadanos viven en el País Vasco. Por no decir, no pronunció ni una sola palabra de condena a que el Plan Ibarretxe hubiese sido aprobado en el Parlamento Vasco gracias a tres votos de ETA/Batasuna. ¿Por qué esta actitud del Presidente? Se me ocurren tres razones. En primer lugar, Zapatero planteó su discurso pensando fundamentalmente en las elecciones vascas y en su obsesión por arañar votos del nacionalismo moderado. Es decir, se dirigió a los electores vascos. Loable empeño, pero es evidente que no era el momento más adecuado, porque aparte de los electores vascos, había otros muchos españoles pendientes de la posición del Presidente. En segundo lugar, Zapatero no quiso molestar en exceso ni a ETA ni a Batasuna, dado que está convencido que se dan las condiciones para llevar a cabo un proceso de negociación con la banda terrorista, y, claro, no hay que molestar mucho a la “bestia”. Y en tercer lugar, sigue hipotecado por el apoyo de Esquerra Republicana de Cataluña y, por lo tanto, no le convenía hacer un discurso en un tono que asustase en exceso a su socio catalán. El resultado de todo ello fue un discurso vacío de contenido, falto de convicción, complaciente con Ibarretxe y con lo que pueda estar cociéndose en Cataluña. Por el contrario, el discurso que le correspondía hacer al Presidente lo acabó pronunciando el líder de la oposición y Presidente del PP, Mariano Rajoy, en la que sin duda ha sido su más brillante intervención parlamentaria. Algo similar se podría decir del portavoz del grupo parlamentario socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, que tuvo una intervención sólida, llena de argumentos, que gustó mucho más en las filas socialistas que la del propio Zapatero. Algunos hablan de reparto de papeles. Eso es lo que se suele argumentar cuando no se quiere reconocer que uno ha metido la pata. En definitiva, el Presidente del Gobierno intentó arreglar con un “cafelito” con periodistas, el desaguisado que llevó a cabo el día anterior desde la tribuna de oradores. El problema es que tiene todo el derecho a tomar cuantos “cafelitos” le plazcan con la prensa, pero sobre todo, tiene el deber de ser claro ante la representación de la soberanía popular. Y puestos a ser exigentes, a uno le gustaría saber, por último, quien pagó el “cafelito” de Zapatero y los periodistas. Me temo que al final lo pagamos todos los españoles, no sólo en términos estrictamente monetarios, sino sobre todo en términos de defensa de la democracia, del Estado de Derecho, de lo que nos une desde hace muchos años.

Vídeo del día

Los reyes desean suerte a los olímpicos