No hay calidad económica sin calidad política

Finalmente han tenido que ser otros los que digan cómo debe gestionarse la macroeconomía española. El hecho no es malo. Todo lo contrario. No son conscientes los españoles de la suerte que tenemos de pertenecer a un club en el cual, cuando los tuyos demuestran insensatez e ignorancia, viene alguien de la cúpula y pone orden. Hablo de alguien que es, lógicamente, gente seria. Ahora bien, dicho esto, creo que sería hora de mirar un poco más lejos de la cocina de casa e intentar determinar por qué todo esto nos está sucediendo a nosotros y no a otros.

La historia reciente del mundo demuestra que un país entero puede torcerse por culpa de una clase política de mala calidad. Quizás el ejemplo más notorio lo constituya Argentina. Un país que lo tuvo todo.

Que dispuso de la capacidad económica suficiente como para poder alimentar a una Europa depauperada por las guerras. Un país que, hasta bien entrados los setenta, gozó de una renta per cápita superior a la

española. Pero un país que, a partir de un momento dado (calculo que por allá los años treinta) empezó a elegir mal –y cada vez peor. Puso, y aceptó, al frente del gobierno a una clase política que no tocaba, que se dedicó a hundir Argentina hasta convertirla en lo que hoy es: un país con un pasado estimulante, pero sin futuro. Argentina no tuvo la suerte de pertenecer a un club con miembros de mayor sentido común como al que nosotros pertenecemos hoy.

Los españoles deberían preguntarse, con preocupación, cómo ha sido posible encumbrar a políticos tan mediocres e incompetentes. Y no lo digo únicamente por los que gobiernan. La perspectiva de que el PP

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Detenido en Nerja un prófugo escocés
cuando practicaba calistenia

 

tome las riendas no gusta a casi nadie. Empiezan a oírse voces que reclaman el retorno de… Felipe González. ¡Perfecto! Tenemos ya un primer síntoma de argentinización: buscamos soluciones en el pasado, no en el futuro –con la diferencia de que Perón acabó de hundir Argentina, mientras que González lo hizo bastante bien.

La reforma del sistema electoral se hace imprescindible. Algún que otro amigo político me dice que esta no es la solución. Quizá tenga razón. Se trata, simplemente, de un requisito imprescindible. Después vienen otras muchas cosas. Los políticos honestos no creen que sus males tengan como origen un sistema electoral que no se preocupa del elector, sino del partido. Creen que sus buenas intenciones pueden redimir el sistema. Se equivocan. El buen y ejemplar empleado de un monopolio público no cree que la semilla de la degradación de su empresa esté en un principio tan básico como la ausencia de competencia. Cree que con buenas y correctas acciones se solucionará el problema. La política española actual sufre del mismo espejismo. El hecho básico, fundamental, de que un parlamentario no se deba a los electores de sudistrito ya supone que el sistema tiene en su seno el código ADN que ha de acabar degradándolo. Es un tema estructural, no de buenas o malas voluntades.

En la política española (en toda ella, que incluye la autonómica y la municipal) se han colado demasiados advenedizos. Cuando la mayoría de parlamentos se alimentan en un 70% de empleados del sector público (que, además, son de bajo nivel), la cosa no puede ir bien. Estómagos obedientes y agradecidos a un partido que les facilita poder redondear un salario y unos beneficios sociales que la plaza pública de origen no permitía. Un sistema diseñado para que la excelencia se estampe contra la pared. Leo que el laborismo británico está eligiendo sus líderes de futuro entre gente formada en Oxford y en Cambridge. ¡Ya quisiera yo que nuestra discusión pivotara sobre estos términos! Porque sólo los mejores pueden liderar un mundo complejo. Y en España deben articularse los sistemas electorales que permitan colocar a esos mejores al frente de la cosa pública. Ante tanta memez escampada por la geografía española, alguien podría crear una agrupación del tipo www.estosololoarreglanlosmejores.com. ¿No les parece?