¿Habrá cambios en Cuba?

Dos semanas pasadas en La Habana me han confirmado lo evidente: después de Fidel —y ese “después” no se hará esperar—, en la “Isla de la Libertad” se operarán profundos cambios.

Lo comprende bien la propia sociedad cubana, cuyo carácter monolítico, convertido en consigna oficial, no es más que un mito propagandístico. Los cambios que los isleños esperan son distintos. Unos cifran sus esperanzas en el futuro, y ya se preocupan por adaptarse mejor a las nuevas realidades. Los hay que se preparan para oponer resistencia al porvenir en la medida de sus posibilidades, ansiosos por defender las viejas posiciones. Los terceros muestran flexibilidad y buscan la forma de conservar, por un lado, los logros de Fidel (que existen digan lo que digan sus adversarios) y, por el otro, la posibilidad de marchar hacia una democracia auténtica con una economía eficiente socialmente orientada.

Sólo algunos de mis interlocutores, rindiendo tributo a la autoridad de Castro, manifestaron su firme seguridad de que la pérdida de un jefe de ese calibre no significará un viraje crucial en el destino del país. “Estamos estudiando atentamente la experiencia de Vietnam, donde tras la muerte de Ho Chi Minh el partido supo conservar por completo sus posiciones”, me dijo uno de ellos.

No estoy seguro de que ese paralelo sea correcto, ni realizable el sueño, ya que la mentalidad cubana y la vietnamita, como también la situación geopolítica de ambos países, son distintas. Pero no puedo pasar por alto semejantes manifestaciones, porque también un sector de la élite política cubana emite opinión análoga.

Antes de hacer el pronóstico político, es necesario definirse respecto al punto de partida, es decir, comprender qué es lo que Fidel Castro pudo y no pudo dar a los cubanos.

Recordaré que la victoria de los barbudos en 1959 significó el triunfo de una de las tres corrientes políticas históricamente tradicionales en Cuba: la radical, presidida por el apóstol José Martí, pensador y poeta cubano, antiimperialista intransigente y luchador por la soberanía de la isla. Otras dos corrientes: los centristas moderados que sólo querían obtener de EEUU mayor independencia para la isla, y los anexionistas que abogaron por la asociación de Cuba a la “gran democracia norteamericana”, fueron derrotados, pero aun de forma precaria han conseguido mantenerse hasta el presente.

No obstante, es probable que después de Fidel ambas corrientes reaparezcan con fuerza en el escenario político. Según algunos datos, en Cuba funcionan ya ahora unas 500 organizaciones de oposición clandestinas. Todas ellas débiles, dispersas y no ejercen influencia sobre los acontecimientos que se dan en el país; hasta sus miembros, con alguno de los cuales he podido conversar durante el viaje, lo reconocen. Así es la situación actual en Cuba. Sin embargo, no me atrevería a subestimar el factor de la oposición interna en el día de mañana.

El logro más importante de Castro es la soberanía de Cuba, objetivo principal que Martí, preceptor ideológico de Fidel, planteó ante la sociedad cubana. Y lo alcanzó incluso en la penosa situación en que se ha visto la isla como consecuencia del bloqueo impuesto por EEUU, aunque conviene recalcar que la beligerante hostilidad del vecino del norte no fue la única prueba a la que el país ha sido sometido, también “sobrevivió” a la amistad soviética. De hecho, el marxismo-leninismo, que Cuba abrazó en señal de agradecimiento por la ayuda recibida de la URSS, nunca tuvo un profundo impacto ni en Fidel ni en su entorno, y la política de La Habana siempre ha sido independiente con respecto a Moscú.

Porque no era más que disfraz, y hoy se pone de manifiesto con especial claridad. Ahora, la palabra “socialismo” aparece muy raras veces incluso en el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, y menos aún aparecen las citas de los clásicos del marxismo-leninismo. Durante esas dos semanas no he visto retratos de Lenin ni de Marx en La Habana y, a decir verdad, no entraba en mis planes buscarlos. En cambio, hay numerosos monumentos a José Martí, e incluso se conserva en buen estado el monumento que perpetúa la memoria de la madre del apóstol, erigido en la época prerrevolucionaria (1956) por la Gran Logia Masónica de Cuba.

 

Lo dicho sobre la influencia soviética se aplica en plena medida a la presencia actual en Cuba de China, país al que los líderes cubanos volvieron sus miradas tras la desintegración de la URSS. También aquí podemos hablar solamente de economía, pero en modo alguno de ideología. La cortesía especial de los cubanos respecto a Pekín no supone afinidad ideológica.

Dicho en otros términos: José Martí triunfó en Cuba sobre Marx, Lenin, Mao Ze Dong y Deng Xiao Ping, y estoy seguro de que en el futuro introducirá correctivos en la obra de Fidel Castro porque éste, tras alcanzar uno de los objetivos planteados por el apóstol, no pudo realizar otra tarea también esbozada por aquél, a saber, proporcionar a Cuba auténtica democracia.

En este capítulo, los sucesores de Fidel tienen motivos de orgullo, pero también de desesperación. Son indiscutibles los progresos de la Cuba contemporánea en el ámbito de la educación o de la medicina, por ejemplo, pero igualmente evidentes son los fracasos sufridos en la estructuración de una sociedad democrática libre y de una economía eficiente capaz de asegurar una vida digna a los cubanos sencillos. A pesar del multifacético apoyo social que presta al pueblo, el Estado no ha podido sacarlo de la miseria.

Los cubanos atribuyen las dificultades económicas al bloqueo económico norteamericano. En parte, tienen razón. En tales condiciones es muy difícil sobrevivir, sin hablar ya del carácter absolutamente inmoral e irracional del propio bloqueo que, al parecer, es evidente para todo el mundo excepto para quien lo impulsa. Los resultados de la reciente votación en la ONU de una resolución al respecto volvieron a confirmar el aislamiento total de Washington. 184 estados se manifestaron a favor de suprimir el bloqueo y sólo cuatro votaron en contra: EEUU, Israel –este último simplemente no pudo apoyarla, ya que depende en gran medida de la posición de estadounidense en el Consejo de Seguridad de la ONU— y dos miembros tan “influyentes” como las Seychelles y la isla de Palau.

Sin embargo, lo anteriormente expuesto no anula la necesidad de reformar a fondo la economía cubana. Quiéralo o no el Estado, para sanear la economía tendrá que hacer concesiones dando vía libre a la iniciativa privada.

Según todos los indicios, la administración de la isla comprende esa situación, y esa comprensión se refleja de manera sui generis en la economía, en la que hoy coexisten fenómenos incompatibles a primera vista, como si la actual economía cubana fuera el presente empotrado de manera increíble en las formas arcaicas.

Por un lado, existe una actitud absolutamente voluntarista y extraeconómica hacia la cotización de las monedas. Vale la pena mencionar la reciente aparición del llamado “peso convertible” con el que ha de saldar sus cuentas cada extranjero llegado a Cuba. (A título informativo les diré que por cambiar dólares por esos papelitos sin ningún respaldo real, los isleños cobran, además, a sus huéspedes el 20%). Quienes han vivido en el socialismo lo comprenden bien: es una respuesta a modo de extorsión revolucionaria a la agresión imperialista, en este caso, al bloqueo yanqui.

Pero ésa no es más que una cara de la medalla. La otra está hecha de un metal absolutamente distinto, y ya ahora la economía cubana se ha acercado más al mercado que la economía soviética en vísperas del desmoronamiento de la URSS. Funcionan muchas corporaciones y empresas anónimas participadas por capital foráneo. He aquí un ejemplo: el 50% de las acciones de la empresa Bucanera, que monopoliza la fabricación de cerveza en Cuba, pertenece al Estado y la otra mitad al capital extranjero y mixto, por cuanto el director general es belga; el director de finanzas, brasileño, y el comercial, italiano; administra la fabricación un checo y el maestro cervecero, es alemán. Eso es también la Cuba actual.

Tales contrastes abundan en la Isla de la Libertad. La vetusta Habana Vieja, que a duras penas resiste las fuertes ráfagas de viento, linda con la moderna urbanización Miramar, con hoteles de cinco estrellas administrados por gestores extranjeros y a su lado se encuentra un moderno conjunto de edificios del centro de negocios.

De este modo, en el ocaso de la era de Fidel, Cuba se ha apartado de los principios económicos socialistas (al menos de su versión sovietizada) mientras en el ámbito ideológico está retrocediendo (o avanzando) hacia las metas de José Martí y las ideas bolivarianas de lucha por la independencia, tradicionales en América Latina.

La Cuba actual se aproxima claramente a los países de la región que cifran sus esperanzas no tanto en el socialismo como en la economía socialmente orientada, pero capitalista en su base. Y aunque resulta difícil precisar si eso responde a los objetivos marcados o a las circunstancias impuestas, conviene no olvidar que es la vía que prefieren seguir Brasil, Venezuela (pese a toda la retórica radical de su extravagante líder Hugo Chávez), Bolivia, y ahora Nicaragua tras la victoria de Daniel Ortega.

Así es la Cuba de ahora mismo. El pronóstico para el futuro será el tema del próximo artículo.

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