La cuadrilla política

El sentido del pudor no es precisamente la virtud infusa que adorna el frontispicio de la clase política. Digo lo que dice Arturo Pérez Reverte, que «al pájaro se le conoce por la cagada: ¡Qué miedo me dais algunos, rediós!». ¡Vaya tropa! Exclamaría, con jota de joder, Mariano Rajoy, parafraseando al Conde de Romanones.

Si por un casual Berlanga tuviera algún día la ocurrencia de pasarse por la Carrera de San Jerónimo para fotografiarse con los leones, estoy convencido de que volvería a casa con un guión surrealista en la cabeza para rodar la segunda parte de La Vaquilla o una versión remasterizada de The hustler (El vividor), con Pajares en el papel protagónico de Paul Newman.

¿Qué es un vividor? Le pregunto, como lo haría Bécquer, pero sin tanta fruslería cursi, al diccionario de la RAE. Y el libraco me responde: “una persona que vive a expensas de los demás”. Y como todavía no soy académico (lo primero que haré será proponer la supresión de los eufemismos), me permito adaptar la definición a conveniencia de artículo: o sea, el típico bigardo crápula con ademanes prosopopéyicos que se dedica a chupar del bote, como lo haría un personaje más, pero reactualizado a la España chirigotera de Zapatero, de nuestra novela picaresca.

Cierto que son más los políticos honorables, honrados y honestos que los tragasables. Pero esta columna no versa sobre corruptelas, corrupciones, trapisonderías y saqueos, sino sobre el chollo que tienen los “representantes del pueblo” por el simple mérito de ganar unas elecciones. ¡Agárrame, Bartolo, que me está entrando la risa floja, y me mareo como Ana Belén en La Corte del Faraón!

La mayoría de los mendas ni tiene oficio ni beneficio; pero han sido lo suficientemente oportunistas -¡Más morro que Mike Jagger!- para vivir del cuento a cuenta del contribuyente-votante, si necesidad de ganarse el puesto, como cualquier hijo de vecino, gracias al mérito de su trabajo, de su esfuerzo y de sus capacidades.

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Al menos 16 muertos en el incendio de
un centro comercial en China

 

Borderline, además de ser el título de un sencillo de Madonna, bien pudiera ser uno de los adjetivos más adecuados para describir a muchos de los susodichos, que sufren un trastorno de la personalidad característico de los cortos de entendederas que se mueven en el terreno fronterizo entre la tontuna y el déficit neuronal; pero que es sólo una apariencia falsa, porque en realidad son unos listos con jeta.

Federico Quevedo y Daniel Forcada deberían barajar la posibilidad de publicar un segundo tomo de su libro El negocio del poder. Y es que, según palabras del académico Anson, los políticos de hoy viven con nuestro dinero como duques de los de antes, y además con la impunidad que da la seguridad de que a ninguno de los de su especie se les va a ocurrir afearles la conducta. Entre bomberos todos evitan pisarse la manguera.

Puesto a rivalizar con ellos en demagogia, no tienen que acudir al INEM a que les sellen el carnet de paro; ni tampoco tienen que preocuparse por los años cotizados para calcular el montante de su pensión, pues les basta legislatura y media para tener jubilación de controladores aéreos. Claro que bastante preocupación tienen ya los pobrecitos con decidir en qué restaurante van a comer hoy, en previsión de la siesta de Sancho Panza que se echarán mañana durante la soporífera sesión de control. 

Sólo conozco una casta que es todavía menos de fiar que la política: la periodística, a la que también hay que echar de comer aparte, como a los gorrinos, y con quienes a menudo rivalizan en falta de escrúpulos y de vergüenza torera.

Disculpen si estoy de Mauvais sprit (mala leche), pero acabo de pisar una losa levantada de la acera, y como está lloviendo en Madrid, me he duchado lo que se dice entero; así que no tengo el cuerpo pa ná. Sólo se me ocurre un verso suelto que rima con Gallardón.