No se enteran de nada

Saben el número exacto de puñaladas que recibió Marta la noche del sábado. Han visto con sus propios ojos cómo las cortinas y las paredes de la casa han quedado manchadas de sangre después de la pelea entre dos familiares. Su corazón se ha enternecido contemplando a una cría de cebra recibiendo un biberón en la boca, instantes después de un parto de riesgo. Han llorado con la hazaña de un perro que atravesó la autopista para recuperar heroicamente la cartera de su dueño. Y finalmente han vibrado durante varios minutos con la salsa rosa de la actualidad deportiva. Están informados, dicen.

Ejemplar. Peculiar. Salvaje. Enternecedor. Brutal. Son adjetivos al azar que escucho mientras salto de telediario en telediario. Salen de la boca del presentador y acompañan cada noticia. Las valoran, las califican escuetamente. Son las tres de la tarde y miles de españoles encienden la televisión para ver cómo está el mundo. Creen que están informados. Pero no se enteran de nada. No tienen ni idea de la actualidad política de su país, que es lo único que realmente va a afectarles tarde o temprano. Conocen a la perfección los tremendos esfuerzos que han tenido que hacer tres biólogos para salvar la vida a la cebra recién nacida. La pieza informativa y su exagerado sensacionalismo deja a la audiencia al borde del llanto. En cambio, el telediario pasa de puntillas sobre la ley del aborto, señalando que se trata de un derecho para la mujer e insinuando que tal vez tenga algo de oposición en un minoritario grupito de exaltados. Fin de la información de Sociedad.

Una cadena –de la ultraderecha, dicen- invierte los papeles. Deja de un lado la cebrita del biberón y dedica su espacio a informar sobre la salvaje ley asesina que impulsa Zapatero. Tres minutos sobre el aborto. Las imágenes de restos humanos abortados hieren la sensibilidad de la misma audiencia que acaba de contemplar en otra cadena, con una asquerosa mezcla de morbo e indiferencia, la sangre en las paredes de la casa donde se produjo la pelea familiar. Algunos cambian de canal y sólo se tranquilizan cuando se topan de nuevo con los ojitos temblorosos de la cebra superviviente. Si la cebra supiera lo que hacemos con nuestros iguales vomitaría el biberón.

De regreso a los informativos de la mayoría, me topo con un conato de información económica, ofrecido en un idioma inaccesible y presentado aisladamente, sin ningún contexto político. Al instante, cinco minutos de corrupción de la derecha española. Los casos de corrupción de la izquierda, ni se mencionan. Después llega el drama humano del paro. El caso particular de ese hombre que encontró trabajo después de colgarse por los pulgares del acueducto de Segovia. Los presentadores sonríen con los ojos brillantes al terminar el cuento y dejan unos segundos, como esperando que nosotros también sonriamos y nos felicitemos del buen desenlace. Chistecito -del estilo “menos mal que se colgó de los pulgares…”- y a los deportes, entre sonrisas. Fin del telediario. Fin de todos los telediarios.

El panorama mediático español es desolador. Sé que no descubro nada a estas alturas. Sin embargo, nunca como hoy se ha visto con tal nitidez el lamentable estado del sector audiovisual. Todos nuestros vaticinios sobre el futuro político de España estarán equivocados hasta que no comprendamos que aquí nadie se entera de nada. Gran parte de los votantes, cuando se acercan a las urnas, lleva en la retina las imágenes de la cebrita del biberón y del hombre de los pulgares. Votan, como mínimo, desinformados.

Un reducido grupo de españoles busca argumentos para formar su juicio en Internet, en las fuentes y en los grandes canales de opinión. No son de derechas, ni de izquierdas. A muchos de ellos les puede parecer que la situación de España es extrema, que la situación económica es difícil, que el sistema autonómico está cerca del colapso, y que la situación moral del país es alarmante. Tienen razón. Salta a la vista. Lo saben, lo sabemos. Pero las minorías informadas no ganan las elecciones. Gracias a la pésima política de medios de comunicación de Felipe González, José María Aznar y este Zapatero, la situación mediática es más o menos así: la mitad de España no se entera de nada de lo que pasa. Y la otra mitad no se quiere enterar. Por eso el hombre que susurraba a los caracoles no se atreve a pedir un adelanto electoral.

 
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