Sin hacer ruido

Ahora que vuelven las lluvias eternas, esas que en mi tierra hacen que el cielo no nos deje distinguir el día y la noche, he guardado en un baúl los discos coloridos que me han acompañado los últimos meses. He vuelto a desempolvar la discografía de Los Secretos, he puesto a girar de nuevo el “Salitre” de Quique González y he escuchado con reposo el nuevo disco del gran José Ignacio Lapido. He cambiado a Seguridad Social por las canciones más grises de Los Limones, porque el mar ya no es el alegre verano de "Mediterráneo" de Los Rebeldes, sino la boca de la ría de Ferrol desde donde compone Santi Santos. La estridencia de El Canto del Loco ha dejado su lugar al impecable directo acústico de Los Secretos. El jolgorrio rumbero de la portada de un disco de Siempre Así ha mutado, en mi mesilla, al gesto severo del rostro de Antonio Vega en uno de sus mejores discos. Ahora me aburre la frescura veraniega de Hombres G o Modestia Aparte y prefiero pasearme por la colección de pinturas cantadas de Diego Vasallo. No encuentro sentido a las canciones de Los Inhumanos y prefiero dejarme caer en los versos más pausados de José María Granados. Me desconcierta la agilidad de Despistaos o el buen humor de Un Pingüino en mi Ascensor y aprovecho para ir entrando en el suave mundo de una nueva apuesta: ListaSocial. No comprendo, desde la oscuridad, los rayos y truenos de cada acorde guerrero de Los Ronaldos, me veo hoy más cerca de los juegos de voces de Cómplices. Los Flechazos quieren hacerme vibrar y llevarme de nuevo al brillante mes de julio, pero al asomarme a la ventana vuelvo al presente: echo en falta las canciones más tristes de los primeros discos de Revólver. Por cierto, ¿cuándo volverá Carlos Goñi a despertar de su eterno tránsito? ¿Cuándo volverá a regalarnos joyas como “Tu noche y la mía”, “Si es tan sólo amor” o “Si no hubira que correr”? En estos días de otoño, de olor a castañas en cualquier esquina y de gabardinas mojadas no acierto a entender a quienes pueden escuchar “Lobo hombre en París” de La Unión teniendo tan cerca “Si tu quisieras” o “Dónde estábais”. Se me escapan los motivos que llevan a alguien a disfrutar con las canciones más eléctricas de Celtas Cortos, contando este grupo con canciones tan otoñales y maravillosas como “La senda del tiempo”. Las estaciones marcan la primera fila de mi discoteca particular. Con la llegada del otoño, con la caída de hojas, caen los discos del verano y son arrastrados por el agua. Entre las calles grises cobran mayor sentido figuras emblemáticas de nuestra música más reposada. Las canciones viven eternamente colgadas de los momentos de nuestra vida. Escuchar en un día como hoy -en esta Galicia de ojos llorosos, encapotados con varias mantas de gris- muchas de las animadas canciones citadas sería casi como bailar villancicos en mayo. Por momentos, el otoño empuja a llevar a cenar a la “Chica de ayer”, creo que invita Nacha Pop. Es la estación ideal para recoger en cualquier esquina la “Rosa gris” de Duncan Dhu. El momento de mirarnos en el espejo y ver “Cómo hemos cambiado” con Presuntos Implicados. Es la hora de permitir el paso de “La Calma” de M-Clan por el salón de casa y luego sumergirse en cualquier disco de Enrique Urquijo con o sin Los Problemas. Al menos, hasta nuevo aviso Los días grises están detrás de muchas de las grandes joyas de la música nacional. Es un buen momento para abrir las puertas a esas canciones suaves que sólo saben elevar la voz del sentimiento. Canciones que gritan por dentro, pero sin hacer ruido.

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