La larga vuelta al banco azul

Quedan aún todos los miércoles del curso para que Rajoy refine su veneno parlamentario y ofrezca una oposición real a un gobierno virtual. La espera del congreso del Partido Popular determina un camino que abarca la asunción de las bienaventuranzas de Aznar y la garantía de las certezas frente a las aventuras de la incertidumbre.

Existen temperamentos que funcionan por contraste y aprecian más la ortodoxia cuando más heterodoxia ven a su alrededor, pero sería vano fiarlo todo al colapso socialista. Al gobierno le asisten la inercia del poder, la caricia de los medios y una gramática muy simple para explicarse el mundo. A esto cabe sumarle la Arcadia feliz que habita Zapatero, la dosis adicional de legitimidad con que cuenta la izquierda, y el sustento generoso de las élites de la incultura y las nuevas academias. La ingeniería social de hoy se alimenta del sueño de la universidad y de la contraprogramación ideológica mar adentro.

Mirar a la izquierda basta para consolarse de la endeblez intelectual de nuestra derecha, y aun así, la tradicional reunión de distintas voluntades en el único haz del PP ha cedido ante un PSOE que agavilla todas las mitologías. La busca del centro más inofensivo y aséptico no debería ser la única respuesta al pas d'ennemi à gauche y a los que prefieren una revolución irremediable a un orden perfectible.

Inconcreción y ardor suelen definir el discurso político de quien no gobierna, pero la tradición de los moderados encaja bien con el temple de un Rajoy que ya conoce el peso del poder. Él tiene a su favor el escrúpulo del jurista, la costumbre de la sensatez y una inclinación al pragmatismo que aclara sus ocasionales brétemas. Estas virtudes, aliadas a la gravedad que se les supone a los gallegos y a la responsabilidad que se les presume a  los registradores, iban a ser el seguro de una presidencia feliz y ahora tal vez  impidan una oposición justamente belicosa. Al margen de esta delicadeza, a Rajoy le rondan dos peligros con el retrato de la ambición: uno es el ex alcalde de Benidorm; otro, el melómano megalómano de Madrid.

La larga vuelta al banco azul pasa por la atención a un electorado que convive sin problemas con el nombre de España, y que aprecia más un cauce amplio para su trabajo que las lecciones del simbolismo paritario y el pensamiento happy. En un pueblo sobregobernado por las comunidades autónomas, terminan por quedar alienados el pequeño empresario que se bate con mil leyes y el poeta voluntarioso que no escribe en bable. Estas son las verdaderas condiciones objetivas que buscaban los marxistas, y el necesario asidero de realidad que olvida Zapatero y que Rajoy debe recordarle cada miércoles. Una economía más abierta y una cultura más responsable son valores que pueden frenar las aventuras de la incertidumbre y recortar la larga vuelta al banco azul del gobierno.

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