La libertad es una idea luminosa

A medio camino entre la instalación artística posmoderna y la hazaña por haber rasgado la cortina —pues que tras el telón de acero todavía se estabula, contra toda lógica, al sufrido pueblo cubano—, un gran panel luminoso situado en la quinta planta de la Oficina de Intereses norteamericana en La Habana envía saludos del vecino del norte, conmemora el nacimiento de Martin Luther King, reproduce citas suyas, así como artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos e informa sobre la actualidad mundial con titulares no adulterados por el oficialismo inquisidor del Granma. Con enormes letras rojas, visibles casi a cien metros de distancia, en las noches habaneras se enciende la libertad. La feliz iniciativa ha partido del nuevo representante de Estados Unidos en la isla, Michael Parmly, a quien Fidel moteja de «bandido». En su mohosa retórica, tal atrevimiento constituye sin duda una agresión imperialista, porque sólo a ese designio puede responder la difusión de frases como «El hombre es hombre porque es libre de actuar dentro del marco de su destino (…), de tomar decisiones y elegir entre alternativas», pronunciada por el líder negro adalid de los derechos civiles, así como «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona», o «Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes», artículos 3 y 5 de la Declaración de la ONU. En su loable empeño por extender la democracia al mayor número de ciudadanos de todo el mundo, la Administración Bush se viene caracterizando por no escatimar ningún tipo de medio, ni los militares, ni los comerciales, ni los diplomáticos, ni estos otros de carácter luminoso que podríamos atribuir a una especie de ingenio quintacolumnista. Fracasada la invasión de Bahía de Cochinos en su momento e infructuoso el embargo durante más de cuatro décadas, sólo queda la espera en la función inexorable de la biología para que caiga el régimen. Y mientras tanto, ir dándole donde más le duele, pacífica pero implacablemente, con gestos como el que en estas líneas reseñamos. Desde que el lunes se puso en funcionamiento el panel luminoso, «fue notorio el aumento en el número de policías apostados en los alrededores de la misión», según informa el periódico digital La Nueva Cuba. Las autoridades de la tiranía están inquietas: no soportan el efecto contagioso de la libertad. Como si fuera una pica de voz sin mordaza clavada en este Flandes caribeño, la sede diplomática estadounidense informa a los ciudadanos de aquello que tienen derecho a saber y que, sin embargo, sus gobernantes les ocultan. Cuando el sol se pone en la capital, la censura pierde cada día una batalla. Poco a poco, ojalá más temprano que tarde, acabará perdiendo por fin la guerra.

 
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