¿Cuál es el mal mayor?

En el arduo, largo, duro y difícil combate contra el terrorismo -en todas sus vertientes y matices- es imprescindible establecer y mantener una estrategia fría, calculada y a largo plazo, que tenga en cuenta y combata todos los factores, intereses, ideologías y personas que hacen que el terrorismo continúe presente, del modo que sea, en nuestra sociedad.

Para establecer esa estrategia, el primer paso es definir el objetivo. ¿Qué se pretende, derrotar a ETA o integrarla en las instituciones?

El Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo expresaba con claridad meridiana su voluntad de “erradicar la lacra del terrorismo” así como de “trabajar para que desaparezca cualquier intento de legitimación política directa o indirecta, de la violencia” y de aplicar la legislación penitenciaria “asegurando el más completo y severo castigo a los condenados por actos terroristas”. Esa fue la estrategia definida y seguida por el Partido Popular y por el PSOE a partir del año 2000 hasta que se produjo el cambio de Gobierno en 2004.

El Gobierno actual ha desechado esa estrategia que contribuyó a fijar y ha establecido una nueva que, sin plasmarse en ningún documento y por tanto sin ser conocida de manera oficial por los ciudadanos, es radicalmente opuesta a la anterior. Los hechos, las declaraciones y los “no hechos” evidencian que el nuevo camino trazado por nuestros gobernantes no tiene como finalidad la derrota de Eta sino su asimilación por la sociedad, su normalización, su integración en la vida pública.

A pesar de que por parte del Gobierno se ha mantenido una opacidad absoluta acerca de los pactos que negocia con el entorno terrorista, es obvio que la actitud frente al terrorismo ha dado un giro radical. El pulso al Estado ganado por un sanguinario terrorista no es más que la punta del iceberg de la soterrada política que está llevando a cabo este Gobierno, que no está enfrente de los nacionalismos radicales sino que trata de unirse a ellos para consolidar un poder ficticio sometido a una dependencia insostenible y antagónica a los intereses de España.

Los interrogantes se agolpan, ¿Por qué? ¿Por qué el Gobierno no informa con claridad de hacia donde va, de a donde quiere llegar, de cual es su objetivo, de qué pretende hacer con Eta? ¿Por qué no dice con sinceridad si Batasuna se va a poder presentar a las próximas elecciones municipales o no? ¿Por qué no afirma con contundencia que Navarra no es negociable y que los socialistas nunca apoyaran un órgano conjunto con el País Vasco ni nada que se le parezca? ¿Por qué se reúne a escondidas con los representantes de los terroristas? ¿De qué habla con ellos? ¿Qué les ofrece? ¿Qué les pide? ¿Por qué no lo cuenta?

Desgraciadamente, los indicios, las evidencias son ya clamorosas. La cesión al chantaje del asesino múltiple y de la organización que lo cobija y alienta, ha supuesto un escándalo para la sociedad, ha minado la credibilidad del ejecutivo y ha producido indignación entre los propios votantes socialistas. ¿Por qué el Gobierno se ha sometido a ese desgaste? ¿Qué condicionamientos ocultos le han forzado a claudicar? ¿Cuál era el mal mayor? ¿A qué tiene miedo?

Para que los ciudadanos españoles confiemos en nuestros gobernantes necesitamos transparencia, necesitamos saber qué se proponen quienes nos dirigen, y que ese propósito coincida con el nuestro, porque no hay que olvidar que ellos son nuestros representantes, no nuestros lazarillos.

Zapatero está transitando por un callejón sinuoso, oscuro, lleno de trampas y sin salida. La oposición tiene la obligación de tratar de impedírselo, por el bien de España, pero también de facilitarle el hilo del que tirar para que pueda salir del laberinto en que se ha adentrado y caminar juntos por la ancha avenida de la verdad, de la transparencia, de la justicia, de la lealtad, de la moralidad y los principios, de la defensa de la libertad, de la paz, de la integridad territorial y la solidaridad entre españoles. Porque solo sí se unen de nuevo, los dos partidos abrumadoramente mayoritarios podrán vencer al chantaje y al terror y podrán lograr que el terrorismo forme por fin parte del pasado, quedando en el presente, en el futuro y siempre, el testimonio de sus víctimas, honradas y queridas por la sociedad. Una sociedad que sabe muy bien que esas víctimas son suyas, salen de ella y son el símbolo de la resistencia ejemplar que durante tantos años, todos, hemos mantenido frente a las brutales embestidas de los terroristas.

 
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