¿Qué fue de la mundialización?

            Si la palabra clave de los últimos años fue globalización, el término imprescindible es ahora crisis. Y la cuestión que parece necesario aclarar apunta a las relaciones entre las significaciones de ambos términos. Se trata de indagar –de un lado- hasta qué punto, o en qué sentido, la mundialización ha sido uno de los factores determinantes de la crisis; y –de otro- si la crisis actual ha impactado también en el proceso de globalización que, hasta hace bien poco, se consideraba imparable y positivo.

            En el Foro de Davos, Nicolas Sarkozy se acaba de pronunciar inequívocamente sobre estos temas. Piensa el presidente francés que el planeta no sufre ahora una crisis en la mundialización sino una crisis de la mundialización. Y precisa que no es un asunto exclusivamente económico y financiero: se impone corregir la visión del mundo que ha dominado hasta ahora. Estamos –añade- ante una crisis debida a la desnaturalización del capitalismo, vinculada a la pérdida de valores y puntos de referencia que se encontraban en su base. El capitalismo puramente financiero es una desviación cuyos riesgos para la economía mundial estamos presenciando y que hemos de corregir. Sarkozy ha dado una respuesta afirmativa a las dos cuestiones que antes nos planteábamos.

            El fallo de los planteamientos convencionales de la globalización estriba en que no se tienen suficientemente en cuenta las profundas diferencias que existen entre los países prósperos y los países empobrecidos. El flujo económico entre unos y otros se ha venido realizando en perjuicio de los más débiles, aunque –por contragolpe- ha terminado por perjudicar a los poderosos. Según apunta el propio Sarkozy, el exceso de consumo de los ricos se ha logrado a costa del déficit de consumo de los menesterosos.

            En un mundo cada vez más complejo e interconectado los enfoques simplistas y expeditivos no conducen a ninguna parte. La búsqueda de un beneficio exagerado y egoísta a corto plazo acaba por producir una especie de efecto boomerang que se vuelve contra quienes lo han provocado.

            Gobernar es prever. Y la retórica es un recurso de alcance inmediato que no da mucho de sí a medio y largo plazo. España es un ejemplo de la falta de recorrido de una política de grandes palabras –con pretensiones globalizadoras- que oculta sistemáticamente las consecuencias que tendrán mañana las decisiones de hoy. Pero lo más inquietante es que Zapatero y su Gobierno no sólo han lanzado el velo de la ignorancia sobre la gente del común, sino que han acabado por taparse ellos mismos los ojos. Han negado la existencia de la crisis y, al parecer, han acabado por creer que realmente no iba a pasar nada, con las consecuencias que ahora están a la vista de todos.

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un centro comercial en China

 

            La presidencia de la Unión Europea que ha correspondido a Zapatero le está sirviendo para intentar difuminar, con un discurso de alcance internacional, las amargas realidades internas. Lo que se está observando día tras día es que los países de nuestro entorno no aceptan que se presente como salvador de otras naves aquél que ha conducido la propia hasta un naufragio cuyos remolinos amenazan a las demás. El Foro de Davos nos ha ofrecido una escenificación patética de lo que está sucediendo. En el estrado donde se celebra el panel, todos hablan inglés menos el doble presidente Zapatero, que se esfuerza por defender a España de los reproches que se le lanzan desde otros países. Pero las desgracias nunca vienen solas y he aquí que se estropea la traducción simultánea que él era el único en necesitar. No parece que esté preparado para afrontar una acción política de alcance internacional, en un momento tan delicado como el presente.

            El más elemental patriotismo lleva a no tirar piedras sobre el propio tejado. Pero cuando el techo se le viene a uno encima no puede contentarse con decir que algo cruje por causa de un viento que viene de lejos. Hoy ya sabemos que España se va a resentir durante años de la incuria con la que está siendo gobernada desde hace tiempo. La responsabilidad no es algo que sea posible transferir por entero a los políticos. En la sociedad civil reside la última y definitiva responsabilidad.