Un nuevo reparto de cartas en la TDT

La observación de lo que sucede en otros países lleva a intuir, aunque no a confirmar, que el despegue efectivo de la televisión digital terrestre --que, por encima y por delante de lo digital es, sobre todo, televisión, es decir, entretenimiento-- viene ligado a la posibilidad de ofertar contenidos de alto valor que exigen un modelo de negocio basado en un pago específico por su consumo. Esto es lo que reclaman algunos de los concesionarios que optaron en su día a una o varias licencias digitales y que se comprometieron a ofrecer una nueva televisión para todos: que el Gobierno cambie sobre la marcha las reglas del juego y que donde dice “gratuito, libre, free”, su contrato concesional pase a decir “apoquinar, autorizado al cobro, codificado para el que no pague”.

Y no es que los que ahora cambian de pedaleo sean empresarios sin entrañas que sólo buscan engañar a la administración y a los ciudadanos con falsas ofertas de servicio que luego no cumplen. En mi opinión, los que posiblemente se equivocaron fueron los responsables de diseñar un modelo que pudiera funcionar, esto es, tanto los gobiernos del PP y del PSOE como todas las administraciones autonómicas, empeñadas en exigencias de producción original y local muy loables en su intención pero, en su mayoría, de inviable cumplimiento. Ningún empresario, por muchas ganas de tele propia que tenga, está dispuesto a invertir en pozos sin fondo.

La consecuencia de todo esto es que da la impresión de que muy pocos canales de televisión digital terrestre cumplen aquello que al parecer prometieron cuando se presentaron a los concursos o, sin presentarse a ellos, como es el caso de las televisiones nacionales, obtuvieron licencias para el lanzamiento de canales digitales. Ignoro el nivel de los incumplimientos. Los ciudadanos de a pie no tenemos manera de enterarnos del contenido exacto de las propuestas presentadas y aprobadas en su día. Lo más que sabemos es lo que el Secretario de Estado de Telecomunicaciones, Francisco Ros, comentó hace unos días: que el Gobierno “ha detectado” un nivel de contenidos en TDT “por debajo” de lo esperado y que ya se han abierto “expedientes informativos”. He buceado en las interioridades de la página web de la secretaría de Estado que preside el sr.Ros sin encontrar trazo de dichos expedientes. La información sobre incumplimientos de las televisiones de la que se da cuenta finaliza a principios del 2006. Tamaña opacidad informativa sólo puede significar que seguimos instalados en el “más de lo mismo”. En ausencia de un marco regulatorio y sancionador claro y transparente, Gobierno y televisiones se pastorean mutuamente: ninguno quiere ponerse a malas con el otro y miran para otro lado salvo que convenga lo contrario. Es el reinado de la discrecionalidad en estado casi puro. Los unos no cumplen y los otros no hacen por cumplir.

Pero si hay incumplimientos en el caso de los concesionarios nacionales, mucho más en el caso de las televisiones digitales autonómicas y locales. En Madrid, por ejemplo, cuesta entender dónde se esconde, en algunos casos, el porcentaje de producción original de contenido local al que están obligados todos los concesionarios. ¿Qué toca ahora? ¿Expedientar y multar a los infractores, devolver las licencias…? ¿De verdad queremos los ciudadanos programas de bajísimo coste que justifiquen las obligaciones de producción propia? ¿No tiene más sentido propiciar acuerdos como el que ha permitido a Disney Channel desembarcar en la TDT gratuita para tirar de la demanda? ¿O abrir la TDT a los contenidos de pago para asegurar fuentes alternativas de ingresos para quienes disponen de derechos atractivos?

Quizás es la hora de cambiar las reglas del juego, como solicitan algunos. Pero que cambien para todos: también para los que quedaron fuera de concurso en su momento y para los que optaron por no concurrir dadas las condiciones exigidas. Que cambien las reglas, si es lo que corresponde, aunque quizás deberían repartirse de nuevo las cartas. Nadie quiere que esto parezca una recalificación de terrenos a la medida del amigo de turno.

 
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