El ser periodista

Hay una célebre web de apuntes gratuitos llamada Rincón del Vago, que ha terminado consiguiendo que hasta los más holgazanes de la universidad se sienten a estudiar, ante la posibilidad de aprobar sin esfuerzo. Y es justo reconocer los resultados: muchos han superado difíciles asignaturas gracias a la motivación extra que supone descargarse un resumen de 3 folios de un libro de texto de Introducción a la Economía que tiene 560 páginas. De momento, no existe como tal un Rincón del Vago para periodistas pero, de haberlo, estaría permanentemente saturado con las visitas de los profesionales de los grandes diarios nacionales.

En cambio, sorprende que muchos periodistas consideren todo Internet como un gran Rincón del Vago. Con frecuencia les vemos aprovecharse del trabajo, las primicias y las exclusivas de la competencia, sin hacer referencia alguna a la fuente original. Es una mezcla de arrogancia, vagancia e indecencia que habita en el ser de gran cantidad de redactores. En este confidencial los sufren habitualmente, tal vez porque aquí se practica un extraño periodismo que poco o nada tiene que ver con lo habitual, y que produce frutos golosos para los buitres de las grandes redacciones nacionales. Como es verano, pica el sol, y estoy contemplando la playa llena de bañistas sonrientes mientras a mí todavía me toca trabajar del alba hasta la madrugada, les voy a hablar de la profesión periodística.

Ustedes habrán leído muchas veces que el periodismo es un oficio vocacional que desempeñan un conjunto de hombres valerosos, libres y avispados, capaces de vender la piel de su mejor amigo por conseguir una buena exclusiva. Esta visión convierte al periodista en un tipo miserable, por lo de la piel, pero no lo suficiente como para que el pueblo no pueda encumbrarlo si la exclusiva resulta lo suficientemente relevante. Y ese mínimo reconocimiento importa al periodista medio mucho más que cualquiera de las posibles acusaciones.

Sólo se ha escrito algo realmente cierto sobre la terrible vocación periodística: que quienes por una u otra razón hemos terminado en este fangal, estamos aquí porque no sabemos hacer otra cosa. Pero incluso esto es una verdad a medias. La velocidad cotidiana y la pereza vital del periodista le empuja a no plantearse otra cosa, a no soñar con un futuro mejor. Ni tampoco con uno peor. En realidad, ni siquiera le empuja, le traspasa. Quizá por todo esto, la tasa de suicidios profesionales en el periodismo es la más alta de todas. Se llama suicidio profesional a la acción o efecto de entrar en el despacho del jefe y exigir, de forma inminente e innegociable, un aumento de sueldo o una disminución de horas extras.

A estas alturas ya habrán comprobado que no he venido a contarles la verdad sobre los periodistas, sino más bien a alimentar los viejos mitos. Porque no son tan mitos. Al fin y al cabo no hablamos de alienígenas, sino de hombres, eso sí, un tanto especiales. Algo les distingue del mundo entero, incluso ante los acontecimientos más previsibles. Consideremos que un pobre periodista y un adinerado empresario saben distinguir perfectamente un güisqui caro de un güisqui intragable. Lo que les diferencia es que el periodista es capaz de beberse cualquiera de los dos con la misma cara de asco.

Y todo tiene su razón de ser. El periodista es un tipo que pasa gran parte de su vida agobiado. Cuando no está agobiado, está amargado. Y cuando no está ni amargado, ni agobiado, es que está despedido, en cuyo caso está agobiado, amargado y enfadado. Y, generalmente, en ese estado de crispación total es cuando por fin cuenta toda la verdad. Lo malo es que para entonces ya no hay nadie escuchando al otro lado. Si alguna vez ven a un periodista diciendo una verdad como un templo sobre su propio trabajo, examinen si ha sido despedido recientemente. Y verán que sí.

Todo periodista cabreado contribuye notablemente a la verdad, en la misma medida, que todo periodista bien pagado contribuye notablemente a ocultar la verdad. Por eso el periodismo es una profesión de golfos, de ratas y de marginados, a la que se han sumado en los últimos años una notable legión de periodistas profesionales, preparadísimos, aseados y perfumados, de brillante expediente académico, que se han creído que esto de la información es como ser becario en Inditex, en Deloitte, o en el Santander. Desconocen que mientras muchos de los becarios de las grandes empresas trasladan cafés durante los primeros meses, los jóvenes que se inician en el periodismo asumen todas las responsabilidades desde el primer día: esto incluye traslado de cafés, cigarros, combinados de ron añejo, licores caros, declaraciones de amor, y bandejitas de donuts de chocolate. Todo esto, eso sí, combinado con la redacción ocasional de crónicas y artículos que finalmente se publican firmados por sus veteranos compañeros de mesa.

Con el tiempo, si aguantan el tirón, los jóvenes becarios se convierten en tipos que malviven en la redacción creyendo que su tragedia acabará algún día, que su profesión se convertirá en un trabajo normal, con horarios razonables, vacaciones, y felicitaciones de los compañeros ante los grandes éxitos conseguidos. Tipos que, tarde o temprano, serán también periodistas, tendrán también cara de periodistas y harán lo posible por aprovecharse también del trabajo de otros periodistas más decentes.

 
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