El sumidero

La excarcelación fáctica del asesino De Juana ha tenido un efecto similar al destape de un sumidero por el que fueran colándose en impetuoso remolino las ya escasas reservas morales de un cierto sector político, periodístico y ciudadano obligado a atrincherarse, mediante sofismas y mendaces analogías, en una convicción de la que es lógico que carezca. Sirva como indicio el desglose de la próxima factura de teléfono del presidente, con llamadas a los más cercanos colaboradores para aquietar posibles reticencias, según informaba el jueves este sitio confidencial.

Si no se tratara de una cuestión trágica, podría pensarse que este Gobierno cachondo y sus círculos afines están inmersos en un juego de ingenio para ver quién viste mejor a la mona, quién le pone las medias con puntilla y quién le alarga las pestañas para que caigamos rendidos ante su ufano mirar. La principal norma no expresa de esa hipotética humorada consistiría en apostrofar a quien denunciase que es mona lo que quiere hacerse pasar por mujer cañón, y motejarlo de loco en el mejor de los casos, o de sucio hipócrita en el peor. La realidad, sin embargo, desecha en este asunto cualquier concepción lúdica de la política. Ante todo, hay tragedia, sumidero moral y componendas justificativas.

¿«Atenuar la pena» es una cesión al chantaje? No, claro que no. Es un acto de amor a la vida y una maniobra inteligente para evitar la forja póstuma de un héroe. Además, según la doctrina del Supremo, un De Juana recluido no pertenece a ETA: como mucho puede «colaborar» con la banda. Al no tenerlo en plantilla, las amenazas del encarcelado no son terroristas, sino tan sólo «estremecedoras». Por cierto, quien sí liberó a «centenares» de etarras fue el Partido Popular, y lo hizo de forma tan sigilosa que nadie se enteró. Ahora, con repugnante oportunismo y doble moral, se escandaliza por el caso aislado de un protagonista del «proceso de paz», al que, a fortiori, hubo que «construirle» una imputación para que siguiera entre rejas.

El muestrario de medias verdades y de mentiras completas se va ampliando día a día, conforme crece la indignación de los españoles por una medida abyecta. Como ha sugerido Pepiño, podríamos ir todos a manifestarnos ante la tumba de Franco en el Valle de los Caídos, puesto que era éste quien gobernaba cuando se aprobó el Código Penal de 1973. Qué cuco el prócer socialista, y cómo le gustaría ver a un millón de personas con banderas españolas en la basílica de Cuelgamuros. Indiferente al motivo. «Ahí tenéis a la derecha extrema, en su centro espiritual.» Y el sumidero, voraz, sigue tragando.

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