Mucho teatro

El martes fueron entrevistados en el programa “Lo + Plus” Calixto Bieito y José María Pou, respectivamente director y protagonista del Rey Lear que se viene representando en el madrileño teatro Albéniz. Confieso que no he acudido a ver esta puesta en escena, por lo que carezco de autoridad para emitir ningún juicio con fundamento, pero algunas de las afirmaciones doctrinarias que se vertieron en la conversación son ya motivo suficiente para pensarse muy mucho si aflojar la mosca en taquilla.

Hay que tener en cuenta que Bieito, conocido como el Tarantino del teatro por las dosis de violencia extrema que aporta a sus adaptaciones, es ante todo un hombre al que acompaña la controversia. Para hacernos una idea, meses atrás la crítica alemana motejó de “cerdada” su versión de la ópera de Mozart El rapto del serrallo.

Sin llegar tan lejos, con el Rey Lear que ahora se trae entre manos sólo pretende trocar la perspectiva respecto al personaje, que ya no es un pobre hombre traicionado por sus hijas, como hasta ahora, sino un tirano que lo ha tenido todo y ha merecido perderlo. Ello adobado con mucho efecto y griterío por demás. A propósito, siempre he considerado esperable que si se utiliza el título de una obra y el prestigio de su autor, en este caso Shakespeare, el espectáculo ofrecido ha de parecerse en algo al original. No sé si aquí se da el caso.

Dice Bieito —y ratifica Pou— que desde finales del siglo XIX tanto el teatro como la ópera están secuestrados por un público en exceso conformista, que sólo busca el entretenimiento. Minucioso diagnóstico. Diremos por nuestra parte que nada tiene de reprobable pagar una localidad por pasar un buen rato —para creer lo contrario hay que ser muy marxista—, pero es que además ni ha existido ni existe un solo público, sino muchos, y nadie es quién para privar de oferta a ninguno.

Ignoro lo acaecido en el ámbito de la ópera, pero en el teatro desde finales del XIX hasta acá, a autores tan poco burgueses como Jarry, Valle, Lorca, Brecht, Artaud o Sartre no les ha faltado su cuota de recepción. Tampoco, en el otro extremo, a López Rubio o a Santiago Moncada. ¿Y qué?

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Pues que Bieito considera este género—y Pou lo mismo— ante todo como un medio para sacudir conciencias y por ello no se puede permitir relajos complacientes. Del mismo parecer es Gerardo Vera, director del Centro Dramático Nacional, quien en una reciente entrevista decía que es un arma de concienciación ciudadana y, ante un mundo que se desmorona, le corresponde reflejar la convulsión actual.

Deducir de aquí que la mejor manera de hacerlo es el recurso a la truculencia y el exceso no parece difícil para un director de escena con algunas ínfulas y otro poco de egotismo. Considera Bieito algo lamentable el juicio moral a que se someten sus montajes. No le sucedería si renunciara a la morbosidad gratuita de los desnudos y la sangre. Claro que entonces quizá no le sucedería nada en absoluto. A veces para descollar hay que echarle mucho teatro al teatro.