De usted a usted

Sarkozy lo ha propuesto en Francia, y al poco ha recogido aquí la idea el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, un socialista felizmente no emasculado por Pettit. Hay que devolver la autoridad en el aula a quien debe ejercerla, porque de la autoridad se deriva la disciplina, que es el engrase para el correcto funcionamiento del mecanismo pedagógico. Y como resulta bastante improbable que un adolescente de catorce años, preciado de su bozo algodonoso y aún más de su pirsin en el ceño, alcance a mantener la compostura por ensalmo al entrar mansamente en contacto su mirada con la mirada del profesor, según parece deducirse de la teoría del filósofo galo del republicanismo cívico –pero hablo por boca de ganso, pues no lo he leído–, se impone la evidencia de que la vía más eficaz para infundir respeto y evitar conflictos pasa por la recuperación de las fórmulas tradicionales. No aquéllas del hard power como el capón y el lanzamiento de borradores con asidero de madera a las cabezas díscolas –puniciones ambas que sufrimos en los primeros compases de la educación primaria incluso quienes aún no hemos llegado a la treintena–, sino ésas otras intangibles, relacionadas con la cortesía, que a nadie hacían daño y que se fueron perdiendo en correlación con una determinada manera de concebir las relaciones entre las personas.

El recurso al usted no tiene por qué conllevar una carga de autoritarismo ni de condescendencia de clase, como han querido ver muchos igualitarios. Que transmita menos emotividad que el tuteo, por la distancia que impone, no quiere decir que aminore o envenene el posible afecto entre quienes lo emplean: hasta bien entrado el siglo XX, ni siquiera en sus epistolarios más íntimos los grandes escritores que a la vez han sido grandes amigos tienen por costumbre apearse el tratamiento. Parece ser que una vez más encontramos el origen de la quiebra en el espíritu de Mayo del 68. A partir de entonces la forma del usted se convierte en un vestigio incómodo que uno evita en muchos casos no por descortesía, sino por incertidumbre ante la reacción: al profesor confianzudo no se sabe cómo interpelarlo, y entonces lo mejor es acabar circunvalando los pronombres. Con la renovada implantación de las viejas normas, no sólo vamos a ser todos más educados –la educación simplemente filtra los excesos en el trato, no quita ni pone cordialidad sincera–, sino que además se acabará certificando cómo, en muchos casos, es más bien de usted a usted que de tú a tú como de verdad se acaba entendiendo la gente.

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