Con ustedes, Julio Iglesias

La chica de ayer tiene ya familia numerosa, los pecios de la movida trabajan de contables y las momias de las cantautores duermen tanta memoria histórica en algún hangar de TVE. Sólo Julio Iglesias sigue siendo Julio Iglesias, como un postizo de sí mismo, superviviente a tantos años de moreno intensivo, blanqueamientos dentales, matrimonios rotos e injertos de cabello. Abandonó ya el look eterno del verano para pasar al traje cruzado de los 'crooners' pero activa aún el resorte necesario al decir 'me va, me va, me va'. Él llena todavía pabellones de deporte con las madres y las hijas de esa mesocracia a la que ofrecía un romanticismo de nubes de algodón, en un ambiente de vacaciones junto al mar que bien podía ser el jardín de un hotel, cuajado de palmeras. Era una buena excusa para ponerse sentimentales. La vida podía ser maravillosa según las canciones de Julio Iglesias, en algún lugar costero e irreal que era invariablemente Miami o Marbella o Acapulco.   Nunca le faltaban las mejores bailarinas, la banda de trompetistas mexicanos, un ambiente festivo y colonial donde nada más entrar ofrecían bebidas de colores tropicales. Julio Iglesias hizo duetos famosos y destrozó el repertorio clásico del tango con total autoridad. Truhán y señor, Julio Iglesias cantaba ahí el mal de amores con gracia y kitsch insuperables porque una cosa es tener voz y otra es saber cantar. Saca ahora una colección de 'clásicos románticos' que en realidad ya estábamos esperando para que nos sorprenda otra vez un ataque de blandura y podamos ser felices en los bailes de las bodas. Será un poco más de languidez, con órganos que tocan como si fueran violines y toda la expresión emotiva que logra alcanzar un sintetizador bien temperado.   Tantas y tantas canciones, tan lejos de la música comprometida o del juglarismo urbano, tan lejos de reivindicar nada, con un desdén que venía a ser gloria y ligereza de la música ligera. Todo fachada, Julio bien podía ser el Gatsby hispano que sufre aun cuando todos le busquen como amigo. Era el año 1996 y en Valencia Julio Iglesias se comió a José María Aznar aunque la fama de culto -todavía- se la lleve el muy perezoso Ramoncín. Julio fue siempre el tipo con suerte al que le cagaba una paloma y salía premio o se rompía una pierna en el Madrid para encabezar poco después las listas de éxitos.   En Julio Iglesias no hay muchas lecciones de moral pero queda la figura tan triunfal que no parece de este mundo, por más que ahora se retire con sus mujeres y sus hijos y se dedique a coleccionar borgoñas, sin ambiciones de ser Mozart, Agustín Lara o Dean Martin, partidario de hacer pero sin mostrar ningún esfuerzo. Le debemos haber popularizado el inglés de Chamberí y que uno pueda viajar aquí y allá con el premio de ser compatriota de un equipo de fútbol y un cantante. En el coche, de pronto, irrumpía el 'hey' para ofrecer una verdad elemental, sencilla y asumible que ponía los pies tontos hasta a los catedráticos de Historia. Lo de Julio Iglesias ha sido el éxito por el éxito, siempre sucesivo de sí mismo cuando las lógicas de la vida ya lo debieran haber arrumbado en algún lugar de la memoria vergonzante. A cambio, él insiste con canciones donde se glosa el simbolismo del bacalao con papas o tan sólo se dicen palabras sueltas como 'everybody', 'party' y 'tonight'. Eso se le daba como nadie. En su pequeña filosofía de bolsillo está el corresponder a los dramatismos de la vida con un 'hey'. De Benidorm a Miami, hay un espectáculo genuino cuando se alza el telón y una voz dice: ‘con ustedes, Julio Iglesias’.

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