El vecino latoso

Mohamed VI es como ese nuevo vecino del piso de al lado del que no esperas nada bueno. Pone la música a todo volumen de madrugada, organiza botellones en la entreplanta y cuando te sonríe en el ascensor tienes la sensación de que te está robando la cartera. Y, en efecto, te la está robando. Alguna vez has llamado inútilmente a su puerta a la hora de la cena para pedirle un poquito de sal, pero sólo te abre cuando es él quien necesita algo. Una de esas noches que llegabas tarde a casa, después de una boda, te lo encontraste en tu cuarto de baño, probando el jacuzzi, y cuando estabas a punto de llamar a la policía, se disculpó muy cortésmente y te explicó que se trataba sólo de un error.

Un día cometiste la estupidez de prestarle puntualmente tu plaza de garaje y te quedaste sin ella para siempre. Ahora ha instalado allí sus antiguos muebles de salón, llenos de trastos inservibles, por lo que tienes la sensación de que ha decidido hacer definitivo lo provisional. En otra ocasión, insistió en acudir a tomar café a tu casa. Accediste, pasó la tarde contigo, y te obsequió con varias estatuillas bastante sospechosas, que has ido esparciendo por las estanterías de casa. Desde entonces lo sabe todo de ti, conoce todos tus movimientos, y no entiendes cómo lo hace. Sospechas que esas figurillas son la última moda de La Tienda del Espía. Y sospechas bien.

Se ríe de la comunidad de vecinos cuando le dicen que no puede poner su habitación de invitados en la sala de calderas del edificio, o que entre las obligaciones de la portera no se encuentra hacerle la cama. Su sombra suele aparecer de fondo cada vez que hay una desgracia en tu vida, y siempre te quedará la duda de saber qué estaría haciendo aquel día que lo encontraste en tu puerta, con un bidón de gasolina y unas cerillas en la mano, horas antes del incendio accidental que devastó tu hogar. En realidad, ni entiende tus normas, ni las respeta, y lo único que realmente le hace feliz es que te acerques un ratito a su puerta a pedirle perdón por haber nacido. Se derrite, literalmente, cuando dices de él que es un hombre de valores, civilizado y educado, con el que todos los vecinos deberían tender puentes.

Nuestro primo marroquí es, en definitiva, como ese vecino sospechoso y escurridizo, que nadie querría tener cerca. La única forma de protegerse de él es mediante la firmeza política. En el mundo existen hombres que duermen con un trabuco bajo la almohada, precisamente, porque existen vecinos como éstos, a los que en cualquier momento hay que ponerles las cosas claras, responderles en su mismo idioma, y recordarles, tal vez, que la confianza da asco. Siempre, faltaría más, desde la amabilidad diplomática y el cariño institucional. Pero con el trabuco a mano.

No conviene olvidar que este tipo de vecinos tienen una habilidad especial para saber cuándo la viejecita del sexto se encuentra enferma. Y entonces, aprovechando su debilidad, no dudan en poner en marcha diversas maniobras para aproximarse a ella, engañarla, arruinarla y, finalmente, si pueden, heredar el pisito.

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El principal problema de España no es que tenga un vecino latoso. De hecho, tenemos más de uno. El principal problema de España es que la presidencia de nuestra comunidad de vecinos se la reparten inquilinos como Zapatero, Rubalcaba o Moratinos, que están encantados de asistir a las juergas adolescentes del vecino latoso, danzar con él hasta altas horas, y acudir después en comandita a cantarle sus últimas rancheras a la ancianita heredable del sexto, contribuyendo veladamente al inminente abordaje del piso.