La masacre de Smerwick (Irlanda) de 1580

Muchos católicos irlandeses residían en España y su presencia generó la creación de círculos de influencia que actuaban en la corte y en el mismo consejo de Guerra, como expone García Hernán. Ansiaban ver a Irlanda incluida en el imperio como otros muchos reinos católicos, pero ante todo alejada de una hegemonía inglesa que rechazaban.

Podría interpretarse que una respuesta del monarca ante tanta agresión y destrucción fue transportar en sus barcos, en 1580, a los llamados «voluntarios del Papa», a las costas de Irlanda. El apelativo es, de todos modos, equívoco, puesto que no se ha demostrado una decisiva intervención de Felipe II o del papa, en la recluta militar y preparación de las fuerzas militares porque nadie las comisionó. Se sumaban irlandeses católicos, que abandonaron su país por sufrir coacciones y amenazas por razón de su fe.  

Contaban también con unos 300 voluntarios españoles embarcados, que salvaron su vida por la intervención del jefe de la flota, Juan Martínez de Recalde que previó el fracaso de esta incursión y evitó el desembarque. Este hecho les salvo de una ejecución sumaria dada por los irlandeses sujetos a la lealtad inglesa, en concreto por su capitán, Arthur Gray de Wilton, Lord diputado de Irlanda.

El pequeño ejército lo componían 600 hombres, pertrechados con gran variedad de armas, comandado por Sebastiano di San Giuseppe.

Desembarcaron en Ard na Caithne (Smerwick), en la península de Dingle. Conquistaron el pueblo, pero tuvieron que retirarse a Dún an Áir por la acometida de los irlandeses protestantes ayudados por el almirante Willian Winter y su artillería.

Rendidos, unos murieron ejecutados sumariamente, unos 600 hombres incluyendo mujeres y niños; otros se acogieron a la rendición que Grey les ofreció, hecho, que lamentarían, pues invitados a renunciar a su fe católica y negarse a ello, se ordenó a un herrero quebrar los brazos y las piernas de los cautivos por tres sitios distintos, dejándolos en agonía durante un día y medio, y posteriormente ahorcados.  El incumplimiento de la palabra dada por Gray de respetar la vida después de su rendición se la ha llamado y se conoce popularmente como the Grey’s faith, la fe de Grey.

Gray salvó del ajusticiamiento a los voluntarios de mayor rango, según el relato enviado a la reina: «A aquellos a quienes les di vida, les he otorgado a los capitanes y caballeros que bien merecieron […].»

El episodio quedó grabado en el imaginario colectivo irlandés como muestra de la represión anticatólica de Inglaterra, en lo que para el historiador Brendan Bradshaw   puede calificarse de «violencia catastrófica».

Los ingleses calificaron estas medidas tan expeditivas como justas y debidas, porque tildaron a las fuerzas papales como piratas o bandidos. Un documento oficial inglés que justifica esta actuación se remite a Cicerón para equiparar a estos voluntarios con el   communis hostis ómnium, enemigo común para todos, y por ello privados de los derechos de los soldados enemigos.

 

Hay un derecho de guerra, pero también hay un derecho natural en donde la dignidad de las personas es un mínimo de obligado cumplimiento. En cualquier caso, hubo víctimas en estos territorios, como también las hubo con los náufragos españoles  de  la Gran Armada en 1588, en guerra declarada, con los que no hubo piedad ni clemencia.

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