Un Gobierno provisional

Tal se dijera que en este país el Gobierno es provisional. Desde luego, así parece sentirse, a la vista de sus formas de actuar. Las prisas que está demostrando en adoptar determinadas medidas parecerían dar a entender que no confía mucho es su permanencia, y que por eso se apresura y corre, no vaya a ser que al final no disponga de tiempo. La urgencia que han mostrado en aprobar el “divorcio rápido” es un caso más.

En algunos campos, el lema del Gabinete parece ser el título de una película, “Deprisa, deprisa”. A gran velocidad se ha aprobado en Consejo de Ministros la nueva norma divorcista, rápidamente se tramitará, y los matrimonios podrán disolverse también con prisas, en una especie de procedimiento de urgencia. No será en diez días, como anunciaba López Aguilar el viernes (otra vez a rectificar), pero sí en dos meses.

Mediante un proceso sumario, de simple notificación por una parte, podrá disolverse el vínculo, con lo que algo tan serio como el matrimonio se habrá convertido en el contrato jurídico más débil de cuantos existen en este país. Y también muestran prisas en “liberalizar” el aborto, o en legalizar la eutanasia.

Y, además, de la impresión de que tenemos un Gobierno con miedo. Temeroso de debatir sus decisiones, como si tampoco estuviera muy seguro de poder defenderlas convincentemente. Y por eso no dialoga. Durante la campaña electoral, Rodríguez Zapatero se hartó de predicar el diálogo. Y ahora resulta que no se atreve a mantenerlo. No ha tenido arrestos para discutir esa Ley con nadie, excluyendo así a los sectores afectados, como son las asociaciones de padres, las familias numerosas, incluso los divorciados o separados... ninguno ha sido convocado a un previo cambio de impresiones. Insisto, como si este Ejecutivo se sintiera ayuno de razones, incapaz de defenderse, y por ello recurre al real decreto sin más.

Esta sensación de provisionalidad, porque temen que no tendrán tiempo, y de inseguridad en las propias posiciones, se ha puesto de relieve en ocasiones anteriores. Ocurrió, por ejemplo, con el anuncio de la súbita retirada de nuestras tropas en Irak. El propio Rodríguez Zapatero ha reconocido –y es un dato relevante- que dio la orden, apenas tomar posesión de La Moncloa, porque temía que, si dejaba pasar un poco de tiempo, ya no sería capaz de hacerlo. El señor Presidente no se siente demasiado firme en sus convicciones y, para que no le “convenzan”, hace lo que se le ocurre sin consultar con nadie y sin dar tiempo a ninguna reacción.

Lo inquietante es que no estamos hablando de asuntos banales. Al contrario, los casos que citamos abordan cuestiones de muchísimo calado y con fuertes consecuencias para el conjunto del país. El desplante de la salida de nuestros soldados de Bagdad, sin esperar a aquel último día de mayo que él mismo había fijado, está acarreando ya desastrosas consecuencias en nuestra posición internacional, pero también daños económicos, como la pérdida de contratos navales, o el progresivo desmantelamiento de la Base de Rota. Así que los “prontos” de Zapatero nos pasan facturas muy elevadas. Y no han hecho más que empezar.

Y en cuanto al divorcio, no se trata tampoco de un pleito menor. Hablamos de la destrucción de la familia. Y está claro que no se “salva” el matrimonio facilitando su disolución. Pienso que existen pocas cosas más retrógradas que ese empeño en eliminar el escalón básico de la vida social, del que dependen la estabilidad emocional de las personas, el crecimiento armónico y sosegado de nuestra juventud, o la transmisión de valores, no solamente éticos, que por supuesto, sino también los valores de la convivencia, la tolerancia, el sentido cívico, la cooperación en las tareas comunes o la misma democracia. En esa “escuela” se aprenden.

Dinamitar la familia es, pues, un acto socialmente suicida, que encapota el futuro global de este país. Y hacerlo, encima, con premura y sin escuchar, recuerda –con perdón- las prisas del delincuente o del furtivo.

 
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