Qué le falta a Rajoy para ser presidente del Gobierno

Además de él mismo y de su fiel guardia pretoriana, cada vez son más los que empiezan a creerse que Mariano Rajoy puede ser el próximo presidente del Gobierno. Así, cunde en cada vez más ámbitos ajenos a la política la sensación de que está a las puertas su llegada a La Moncloa. Y unos y otros empiezan a posicionarse a favor del viento.

Una buena demostración fue la comparecencia pública que protagonizó ayer Mariano Rajoy en Madrid. Tuvo una masiva asistencia, que casi no cupo en los salones del Hotel Ritz, incluyendo destacados empresarios y hombres de la economía. Y muchísimos periodistas, de los de a pie y de los de firma, hasta el punto de que más de uno se quedó sin poder sentarse.

Pero lo importante era la sensación. Allí había pulsión de presidente. La expectación, la atmósfera, recordaba otros tiempos y situaciones similares con personas que en su día acabaron escalando a la cúpula del Gobierno.

Además del reiterado veredicto de las encuestas últimas, que no son precisamente la verdad absoluta, la eterna pregunta de si Mariano Rajoy es o no capaz de conducir su partido hasta la victoria final empieza a ser respondida afirmativamente por la sociedad, por los que mandan y por los medios de comunicación.

No gana la oposición, pierde el Gobierno

Suelen coincidir muchos analistas en que, al menos para el caso de España, las elecciones no las gana la oposición, sino que en realidad las pierde el Gobierno. Lo cual constituye un buen punto de reflexión.

Ocurre que, cuando se produce una convocatoria electoral, a la hora del voto suele entrar en funcionamiento el llamado ‘factor Gobierno’. Es decir, la inercia de elegir al que ya está, que por supuesto es mucho más conocido y famoso que la oposición. Por si fuera poco el Gobierno, que maneja el Presupuesto, tiene en su mano abundancia de medios para hacerse campaña y para lanzar mensajes de que gobierna, es eficaz y su actuación beneficia a los ciudadanos. Y, encima, no es infrecuente que el personal se acoja el principio de malo conocido frente a lo bueno por conocer, dado que nadie aporta garantías de que el equipo que quiere jugar el partido, y que aún está por saltar al campo, sea realmente bueno, o al menos mejor que el que ya tiene la pelota.

El principio de que es el Gobierno quien pierde, y no la oposición quien gana, se ha cumplido en la historia reciente de la democracia española. Así, la UCD se mereció de calle la espectacular paliza que le propinó el PSOE en 1982, por el penoso espectáculo de rivalidades y luchas internas, por la descomposición que se desató en el propio partido, y también por una gestión que en los últimos años llevó al país al borde del precipicio.

A su vez, la derrota de Felipe González, en 1996, fue más una consecuencia de la corrupción que le rodeó y ahogó, que del acierto del candidato José María Aznar, quien en sus inicios no era precisamente un personaje encantador que provocara suspiros al votante, sin más bien lo contrario. A lo que habría que añadir también el cansancio de la gente, aburrida de ver las mismas caras durante trece años.

 

El carisma de Aznar

Ahora que, aludiendo a Mariano Rajoy, se habla tanto de ‘carisma’, de tirón electoral y de capacidad liderazgo, es oportuno recordar que aquel Aznar de la oposición merecía el mismo entusiasmo que una lechuga. Otra cosa es que, cuando se gana, los cargos proporcionan a quien lo ostenta encanto y hasta ‘glamour’. Y sucede que, una vez que alguien se encuentra en el machito, los demás empiezan a encontrar en él carisma y fuerza hasta entonces desconocidos. Le ha pasado hasta a Rodríguez Zapatero…

En cuanto a la derrota del PP en 2004, tras la renuncia de Aznar, resultó bastante anómala, porque el partido tenía las encuestas de cara, y habría ganado sin ninguna duda, de no mediar acontecimiento tan traumático como los atentados del 11 M. Eso es tan realidad, que los propios socialistas nunca pensaron que podían vencer.

El candidato cuenta bastante poco

De acuerdo con esa doctrina sociológica, si el Gobierno de turno cumple su función medianamente bien, con resultados aceptables, si en el partido que le sustenta no se producen luchas asesinas, si no les pillán con las manos en la masa (dineraria, se entiende), es prácticamente imposible que la oposición gane unas elecciones generales.

Y, al contrario, si es el Gobierno quien cava su propia fosa con desaciertos y carencias clamorosas, con falta de unidad, con la náusea de la corrupción política, con su inutilidad en la gestión, la oposición ganará con toda certeza. Y eso ocurrirá, según los expertos, esté quien esté al frente de esa formación política. Llevándolo al absurdo: en tal situación, si el número uno de sus listas fuera una escoba, la escoba acabaría convirtiéndose en presidente del Gobierno.

Los sociólogos suelen explicar que el nombre, la personalidad y cualidades del candidato, representa para su partido, como mucho un uno por ciento en la intención de voto, positiva o negativamente. Es decir, que como máximo suma ese uno por ciento y, en la peor circunstancia, solamente resta un uno por ciento.

Le falta ya poco

Entonces, ¿qué le resta a Mariano Rajoy para llegar a presidente del Gobierno?

Dada su biografía, experiencia de gestión no le falta, puesto que, además del tránsito por la administración local, ha sido ministro en varias ocasiones y vicepresidente del Gobierno. Como parlamentario, ha apuntado sobradas muestras de que se maneja bien en las bancadas del Congreso y en la tribuna, en la que generalmente se comporta mejor con las réplicas y dúplicas que en el discurso inicial. Tiene una cabeza bien armada y, sin duda, ha demostrado aguante y cualidades de corredor de fondo.

Se le echado en cara reiteradamente falta de carisma y de liderazgo, y una cierta incapacidad para tomar resoluciones tajantes, lo que le lleva a dejar pudrirse los conflictos. Una táctica, por cierto, que hasta ahora no le ha ido nada mal bien, a la vista de los resultados finales alcanzados en berenjenales varios como en el caso Bárcenas, las peleas Gallardón-Aguirre, etc.

Otra de las imputaciones es que le falta ese ‘instinto asesino’ que dicen que debe atesorar un político, si desea alcanzar la cúspide, es decir, sentarse en el sillón de La Moncloa. Algo que, en mi opinión, a lo mejor, en lugar de ser una falla constituye un mérito. En el caso de Rajoy, no ha ido dejando demasiados cadáveres en el camino, y eso le beneficia en estos momentos.

Al actual líder de la oposición lo que le falta para ser presidente del Gobierno es comprobar si el evidente desengaño general que cosecha este Gobierno, pero singular y directamente José Luis Rodríguez Zapatero, la desconfianza que provoca, la impresión de no saber a dónde va, la certeza de que la crisis económica se ha hecho mucho más grave por su incapacidad para reconocer la realidad y por su pasividad en tomar medidas, si todo eso, que ahora anida en la mayoría de la población, es un sentimiento tan profundo como para que ya no se borre de aquí el 2012, momento en que los ciudadanos darán su veredicto.

La pregunta es si dicho malestar nuclear no es una impresión superficial, sino un movimiento de fondo. Si ocurriera esto último, Zapatero ya no tendrá tiempo para cambiar imagen y la percepción de su gestión. Habrá perdido. Y, en aplicación de la regla tantas veces citadas, entonces la oposición ganará. Y Rajoy será presidente.

Comentarios