Por la boca… ¿Sólo por el dinero?

Lo dice la historia y la estadística: en cuanto hay problemas económicos repuntan las apetencias independentistas. Las sensaciones del ciudadano corriente son excesivamente mercantilistas y es muy difícil no pensar en euros a la hora de analizar los destellos secesionistas de unos y otros.

Los razonamientos –que no necesariamente excluyen otros- son casi siempre económicos. Será el manido tema de mantener y 'dar de comer' al resto de España; en otro discurso se aludirá a la carga fiscal; en el de unos días después, el argumento será el bienestar económico que llevará consigo la independencia. También valen razonamientos acusando al gobierno central de no dialogar o de no ponerse de acuerdo en materias de conciertos económicos. Todo vale, pero siempre está presente el asunto del dinero.

En la otra parte también. Los que no quieren independencia aluden a la pobreza, a las ventas que se hacen en el resto de España, a la imposibilidad de sobrevivir económicamente con una hipotética independencia e incluso a la huida de los negocios y de las empresas.

Como ya se ha dicho, se esgrimen, a veces, sólo a veces, otros argumentos, pero son pobres, escasos y no se les da el relieve que alcanzan los puramente dinerarios.

Y a uno le sorprende que en algo tan transcendental para la persona, para la región de que se trate y para el conjunto de esa sociedad, no se empleen, en primer término, razonamientos históricos, sociales, culturales y hasta anímicos más o menos entrañables. Se supone que uno aspira a ser independiente por algo más que por el dinero o para algo más que para conseguir un hipotético mayor bienestar económico. Uno podría esperar discursos emocionados que recordaran ancestros, costumbres heredadas, idiosincrasias autóctonas e incluso Rh al uso en otros tiempos. Pero no, todo eso se soslaya o más bien se olvida cuando de hablar de dinero se trata.

Y entonces resulta inevitable pensar que no todas las protestas de independencia son trigo limpio y que detrás hay algo más que un espíritu nacional calenturiento.

Ni sale bien parado el deseo de ser una nación independiente, ni el pretendido logro de una meta que, discutible o no, sea más o menos noble. A los políticos independentistas se les ve la patita y no siempre esa patita es blanca por mucho que se quiera teñir de cantos y poesía nacional.

 
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