Por qué no hay “Cristinas Alberdis” en el PP

Quizá haya quien niegue la mayor y sostenga que, efectivamente, también en el PP ha habido “Cristinas Alberdis”, rebeldes o contestatarios que se han salido del programa oficial dictado “desde arriba” en éste o en aquél asunto, hasta escenificar una ruptura total. No se puede negar la evidencia. Y evidente es que ha habido díscolos en el partido de Mariano Rajoy. El caso más reciente podría ser el de Manuel Pimentel, un “apóstata” de primera fila, que mereció tiempo atrás toda la confianza de Javier Arenas, su mentor y padre espiritual en Andalucía. Pimentel salió por la puerta de atrás del Ministerio de Trabajo. Justificó públicamente su salida argumentando discrepancias con la política beligerante de Aznar cuando embarcó a España en la guerra de Irak pero vendió la exclusiva informativa de su “mutis” a una cadena de radio que -dicen- le aseguró, a cambio, el silencio radiofónico sobre unos asuntos de los que había tenido conocimiento. A Celia Villalobos, la mujer del sociólogo Pedro Arriola (o viceversa), también se le conoce su divergencia con la cúpula “popular”, con sus posicionamientos morales más cercanos a la “progresía”, en temas como la ampliación del aborto, la experimentación con embriones o la aprobación de la ley que equipara el matrimonio entre homosexuales. Ha habido personas de disenso en la calle Génova, es verdad, pero nunca han sido tan ruidosos como lo fueron en su día Cristina Alberdi o Eduardo Tamayo en la Comunidad de Madrid. Algún tiempo atrás, un destacado parlamentario socialista me daba una explicación a esta cuestión, mientras paseábamos junto a la puerta del Congreso: “Es que en el PSOE los políticos surgen desde abajo”. Razonaba este diputado que, a su juicio, la diferencia estriba en que los socialistas son personas con convicciones políticas más arraigadas, que han madurado sus ideas desde la base, desde sus primeros años de militancia. En el Partido Popular, afirmaba, no sucede así. La derecha funciona más por vínculos personales, en un juego de confianza y de intereses sociales, que no cimientan “tan abajo”. Por eso, concluía aquel parlamentario, cuando un socialista se siente traicionado algo se le rompe por dentro y puede “enloquecer” hasta poner tierra de por medio. Desconozco si el diputado del PSOE andaba acertado o no en su diagnóstico, si Pimentel o Celia Villalobos comparten esta valoración personal. Por lo pronto, la actualidad política vuelve a colocar en primera plana informativa este viejo debate sobre el modo y las formas de ejercer la disciplina interna en los partidos políticos. El “Estatut” ha llegado a Madrid en “memoria flash” o “pen drive”, y en su interior parece llevar un “troyano”: un virus ejecutable que amenaza con llevarse por delante unidades de disco inveteradas y filiaciones eternas. El Partido Socialista se encuentra en un difícil equilibrio a cuenta de las demandas que contiene un texto que rompe radicalmente con un valor clave en la izquierda política española: la solidaridad. Txiki Benegas, Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, Enrique Múgica, Francisco Vázquez, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Alfonso Guerra, José Bono, José María Barreda, Rafael Simancas, Manuel Chaves y hasta Emilio Pérez Touriño han manifestado ya, de una manera o de otra, su profundo desacuerdo con la propuesta emanada por el Parlament y que ahora deberá discutirse en la Carrera de San Jerónimo. El nuevo presidente de la Xunta de Galicia, por hablar sólo de uno de ellos, reniega en privado contra su colega Maragall al comprobar cómo la audaz propuesta del tripartito catalán azuza la hoguera y da alas al Bloque Nacionalista Galego de Anxo Quintana. Habrá que seguir con atención el modo de proceder de Ferraz. Difícil “troyano” el que se les ha metido en casa, a años luz de las polémicas cuestiones que alejaron a Cristina Alberdi del PSOE o de los juegos de poder de Simancas en Madrid que dinamitaron la fidelidad de Tamayo.

 
Comentarios