La puñetera manguera

Los entendidos lo llaman “la manguera”. Se trata de un mecanismo utilizado por el Banco de España para ayudar a entidades bancarias que tienen vencimientos importantes y les falta el dinero necesario para afrontarlos.

La herramienta es de gran utilidad porque si un banco no cumple con sus deudas en la fecha exigida comete una infracción intolerable y es expulsado del mercado con una tacha imborrable. De hecho, es muy probable que nadie vuelva a prestarle dinero nunca más.

Describía todo esto muy bien este jueves en El País el periodista Íñigo de Barrón y añadía que la CAM y Caja Castilla La Mancha utilizaron este método en su día para salir del apuro. El Banco de España sacó “la manguera” y sanseacabó.

Pero daba otro dato interesante. Una pequeña entidad española ha tenido que recurrir hace poco al supervisor español (y a este procedimiento extraordinario) para recibir 400 millones de euros, que –como digo- le fueron prestados por el Banco de España. Era una entidad “solvente pero sin liquidez”.

No sé qué piensan ustedes pero yo no salgo de mi asombro. Maniobras como estas son la que tanto nos cuesta entender a los ciudadanos de a pie.

Conozco bien algunos casos, cercanos y flagrantes, de pequeños y medianos empresarios que han estado cerca de la quiebra precisamente por lo que le pasaba a esta entidad mencionada más arriba.

Se trataba de compañías solventes, eficaces, que presentaban incluso pruebas evidentes de actividad industrial. Tenían pedidos en vigor y perspectivas de seguir así en el futuro. Pero, simple y llanamente, les faltaba liquidez.

Por eso, acudieron a sus bancos de toda la vida, aquellos que tan estupendamente les trataban hasta hace unos días, cuando ganaban grandes cantidades de dinero haciendo negocios al alimón. Pero se encontraron con una sorpresa: ya no se les escuchaba. No había dinero para ellos: “órdenes de arriba”, decían. Había que cerrar el grifo al cliente.

Y así, ahogados, los clientes han tenido que sufrir quizás el ultraje de un embargo, que acometer duros ajustes de plantilla que han afectado a cientos de familias, que renunciar a servicios básicos y sufrir un calvario personal sin cuento.

 

Por eso, ahora que nos vamos enterando de que las cartas estaban marcadas, de que no todos hemos estado jugando el mismo partido ni sometidos a las mismas reglas, crece la indignación de la ciudadanía. Crece el cabreo y la rabia.

Ha habido “manguera” para entidades cuyos gestores viajan en aviones privados, en coches de alta gama, con trajes confeccionados a medida y que almuerzan en restaurantes de cinco tenedores. Ha habido “manguera” para directivos que prefieren poner morritos, amenazar con que ahora no respiran... todo menos reducir su tren de vida: alguien vendrá a socorrerles para evitar una quiebra del sistema.

Sin embargo, no ha habido noticias de la puñetera “manguera” para el pequeño ahorrador, para aquel que saca una empresa adelante con el sudor de su frente y que –de la mano de un banco que se mostraba entonces entusiasmado- ha quedado atrapado por las deudas que contrajo para afrontar nuevos retos y crecer.

Sólo espero, de verdad, que no olvidemos lo que no está pasando. Que el tiempo no desdibuje los contornos de tanta sinvergonzonería.

Porque llegará el día en el que la tempestad amaine, las aguas vuelvan a su cauce, y las entidades financieras vuelvan a llamar con candidez a nuestra puerta para que les demos de nuevo nuestro dinero.

Será el momento de darles un buena patada en el trasero y recordarles el día en el que, mezquinamente, no quisieron compartir con nosotros su manguera.

Más en twitter: @javierfumero

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