Los sindicatos y los zánganos

Me recordaba el otro día un amigo el curioso devenir de los zánganos de una colmena. Ya saben: las abejas macho de la colonia que no recolectan néctar ni polen porque su exclusivo cometido consiste en fertilizar a la reina.

Son incapaces de alimentarse por sí mismos: dependen de sus hermanas las abejas, que los mantienen para asegurar la continuidad de la colmena.

La vida de los zánganos transcurre así, plácidamente, sin apenas sacrificios ni graves contratiempos… hasta que un día llega el horror. Esta vida de bienestar y molicie sólo se ve alterada en un caso: cuando comienza a escasear la comida.

En el otoño, cuando se empieza a registrar escasez de polen, las abejas entienden que se encuentran en situación de emergencia y no dudan un instante. Los zánganos son aguijoneados o expulsados del panal sin que les tiemble el pulso. Lastran a la comunidad y se trata de sobrevivir.

Sí. En efecto. Mi amigo me hablaba de los sindicatos.

Yo no soy partidario de generalizar. Ni propongo la erradicación total de la clase sindical, como he dicho en alguna otra ocasión.

Creo que hay excelentes sindicalistas y que este colectivo ha jugado un papel relevante en la sociedad española. De hecho, es muy probable que aún tengan un hueco en nuestra historia.

Lo que sí percibo es que el actual planteamiento no sirve: se ha quedado anticuado. El bochornoso seguidismo político al que hemos asistido en los últimos años los ha alejado de la ciudadanía que ahora los percibe como la ‘longa manus’ de una parte del hemiciclo.

Las subvenciones y las ayudas públicas de las que viven han puesto las bases de su propia corrupción. Hasta el punto de que en algunas empresas públicas han levantado auténticos reinos de taifas. Ahí dentro perviven verdaderos intocables, capaces de dejarse la vida únicamente por la defensa de sus prebendas.

 

Todo esto resulta especialmente sangrante ahora, cuando más duramente sufren las familias españolas el rigor de la crisis económica.

En pleno tsunami financiero, quizás haya llegado el momento de mirar a la madre naturaleza y aprender. Que cada palo aguante su vela. Que se financien con las cuotas de sus afiliados.

Los sindicatos eficaces, diligentes y sensatos saldrán adelante, sin duda. Porque los trabajadores los necesitan, ahora más que nunca. A los que viven del cuento, como los zánganos, quizás les espere –eso sí- el rigor del frío y la soledad.

Más en twitter: @javierfumero

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