La difícil moderación política

Atentado fallido contra la vida de Donald Trump en Pensilvania.

Mucho se escribe sobre los orígenes y consecuencias del atentado fallido contra la vida de Donald Trump. Ciertamente, la lucha por el poder no debería ser violenta, porque, en rigor, se cede al gobernante el ejercicio de cualquier posible violencia privada vindicativa: su gran servicio a la sociedad es repartir justicia ad aequalitatem, en expresión de la ética clásica.

Aquí solemos extrañarnos de las facilidades americanas para comprar y usar armas de fuego. Imagino que el asombro será mayor en ese nuevo mundo ante figuras como la existencia de una Asociación Española contra la Okupación. Al parecer, fomenta la unión y la defensa de los afectados por ese sorprendente fenómeno en un país avanzado que protege jurídicamente más la posesión –pacífica o violenta- que la propiedad, a pesar de que su constitución la reconoce solemnemente: “nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las leyes”.

Consulto de vez en cuando el imponente Diccionario etimológico latino-español de Raimundo de Miguel, que va camino de su segundo centenario.

Me confirma en la evolución de términos, como los relacionados con moderar. Connota hoy idea de ponderación, lejanía de extremismos. Pero en su etimología prevalece más bien el sentido de dirigir, conducir, gobernar, presidir: el piloto de la nave, el auriga, el que preside la república..., porque es el que regula o mide o arbitra (incluida la paz y la guerra, según L.Anneus Florus, escritor nacido en España de la familia de los Sénecas y Lucano)...

Hoy moderación puede ser sinónimo de prudencia, aunque ésta tiene un significado mucho más amplio, también históricamente: prudens es contracción de providens. Prudente es el sabio, que penetra en la realidad profunda del ser y del deber ser antes de tomar una decisión y actuar en consecuencia. La prudencia es virtud propia del político: la ciencia política es, para Cicerón, civilis prudentia. Decide sobre el presente y se encamina al porvenir. La táctica del corto plazo no denota prudencia, sino falta de ambición, de visión de futuro. Tampoco es prudente la indecisión, porque el tiempo no suele arreglar los problemas. Muy al contrario, para los clásicos lo propio de la prudencia es el actus imperii: tras discernir las circunstancias del caso concreto, aplicar adecuadamente los principios generales.

En una sociedad compleja y democrática, resulta esencial la práctica de la moderación –como sinónimo de prudencia-: hace falta capacidad de acuerdo para dar solución a problemas muy serios, que se resisten al estereotipo. No es otra, para mí, la causa de la crisis de liderazgo que sufre occidente: un excesivo pragmatismo que exige soluciones urgentes, unidireccionales, son imposibles en la práctica sin causar otros problemas. 

La superación de la violencia y las intolerancias pasa por la renuncia a los excesos verbales. Quizá nunca sabremos los móviles del autor del disparo que pudo segar la vida de Donald Trump en Butler (Pensilvania). Pero no deja de ser significativa la afirmación de inocencia de partidarios de Joe Biden que habían usado una retórica incendiaria contra el candidato republicano. Al final, acaban inculpando a la víctima de la violencia: él se lo buscó.

Forzoso es reconocer que ha crecido la intolerancia con el “todo vale”, o el “no me arrepiento de nada”, muestras del “orgullo” de la cultura postmoderna, que no necesita justificar racionalmente lo que define y persigue como intolerable. Cuenta a su favor con cierta indiferencia social que tiende a aceptar todo, como si nada tuviese una capacidad de sentido propia y diferente. En su día, como recordaba Karl Popper, en una sociedad abierta era necesario defender la tolerancia frente a los intolerantes. Ya en este siglo, Paul Ricoeur subrayó que era preciso defenderla también de su propia interpretación interna, nihilista, que desemboca en la indiferencia.

Resulta paradójica la facilidad con que de esa aparente pasividad se pasa a la agresividad verbal y a la violencia física un tanto irracional, cuando no se admite la menor crítica ante posiciones deportivas, culturales o políticas. Ante todo, impide o hace muy difícil la asunción de compromisos –así hoy en la Asamblea Nacional francesa-, dentro del panorama de fragmentación política que se observa en buena parte de los países desarrollados. Ceder no es rendirse, como no es democrático imponer el criterio de una mayoría exigua. Al cabo, la imposición nacida de la indiferencia, no resulta menos letal que la de otras dictaduras.

 
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