Bono

Los ciudadanos tienen un especial olfato para detectar la sinceridad, la honradez, la coherencia de los políticos y, por ende, la doblez, el engaño, la deshonra y la incoherencia de los mismos. El ministro de Defensa, José Bono, no podía ser y de hecho no lo está siendo una excepción a esta capacidad escrutadora de la opinión pública. Por primera vez desde que hace casi dos años se sienta a la mesa del Consejo de Ministros, Bono ha dejado de ser el ministro mejor valorado del Gobierno presidido por Zapatero. Y es que quien cruzó el Tajo y llegó a Madrid con la aureola de ser el gran defensor de las esencias patrias, está demostrando con creces que quien fue un buen Presidente de su Comunidad Autónoma no tiene porque ser necesariamente un buen ministro. La cadena de errores cometidos por Bono en los últimos meses comenzó con aquel acto realmente “hortera” de su toma de posesión en el patio del Ministerio de Defensa donde se dieron cita desde Concha Velasco o el cantante Raphael hasta el juez Garzón o el cardenal Rouco. A los pocos días de aquel espectáculo, Bono se autoconcedió, en decisión adoptada por el Consejo de Ministros, una medalla que al poco tiempo devolvió debido a las críticas que recibió desde muchos sectores de la opinión pública. Posteriormente llegó el episodio de la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo , en la que Bono fue increpado, que no agredido, por un grupo de manifestantes que ya intuían lo que el Gobierno de Zapatero —del que Bono forma parte- iba a hacer en relación a ETA. El ministro convirtió aquel incidente en un gran agravio hacia su persona, amén de que se detuviera de forma ilegal a dos militantes del PP por una supuesta agresión al ministro que nunca existió José Bono es un político excesivamente preocupado por su imagen. Vive para los medios de comunicación. Le encanta sobreactuar y si además hay una cámara de televisión que le grabe y luego lo emita, mucho mejor. No se para en barras para cultivar su imagen y si para ello tiene que invadir competencias de otros compañeros de gabinete, lo hace sin ningún rubor. Si no, que se lo pregunten a Miguel Angel Moratinos. Pero donde la incoherencia de este personaje ha alcanzado cotas difícilmente explicables es en la política territorial que está llevando a cabo su jefe Zapatero. ¿Cómo es posible que aguante en su sillón ministerial quien siempre ha representado en el PSOE, junto a Rodríguez Ibarra, la postura menos proclive a ceder al chantaje de los nacionalistas? ¿Cómo se entiende que Bono siga un minuto más en un Gobierno y con un Presidente que acaba de rendirse ante los nacionalistas catalanes, sean estos los de Esquerra o los de CiU? Por no hablar de la cobarde posición del ministro de Defensa ante las declaraciones, el día de la Pascua Militar , del Teniente General Mena. ¿Hacía falta escenificar una entrevista en Madrid con el citado militar? ¿Era necesario el arresto domiciliario de ocho días a un Teniente General que se limitó a leer el artículo octavo de la Constitución y que al fin y al cabo había sido nombrado para el puesto que ocupaba por el actual Gobierno? Pero, vuelvo al comienzo de este artículo, los ciudadanos tienen un especial olfato para detectar estos y otros comportamientos de los personajes públicos. Si Bono aspiraba en algún momento a ser la alternativa de Zapatero —con quien por cierto ya perdió en el Congreso del PSOE del año 2000- que se vaya olvidando de ello, porque a las pocas simpatías que su persona despierta en amplios sectores del socialismo tendría que añadir la pérdida de afecto de una opinión pública que no soporta a políticos que primero piensan en sí mismos y después siguen pensando en sí mismos. Ese es claramente el caso de Bono.

 
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