Cuestión capital

El presidente aragonés, Marcelino Iglesias, está dándole vueltas a la posibilidad de hacer un retoque humanitario al blasón de su Autonomía. Junto a una cruz de San Jorge, en el tercer cuartel del escudo figuran cuatro cabezas sarracenas cortadas, que representan la toma de Huesca en 1096. Pues bien, el piadoso regidor propone, «por sensibilidad, y más ante el fenómeno de la inmigración», que las cuatro mochas sean recogidas e inhumadas cuando se lleve a cabo la reforma estatutaria. Nos hallamos, en sentido estricto, ante una cuestión capital.

Capital no sólo por tratarse de cabezas, sino por la revisión delirante de nuestra historia a que puede dar lugar ese pequeño gesto, en principio —supongámoslo así— bienintencionado. No es el primero, de todos modos. Hace unos meses nos sorprendía la retirada de una imagen de Santiago Matamoros en la catedral del apóstol epónimo, por la misma razón más o menos que ahora aduce Marcelino Iglesias: deseo de no malquistarse con nadie. La decisión iconoclasta fue ardorosamente replicada por Serafín Fanjul en una magistral «tercera» de ABC. Poco se respeta a sí misma, venía a concluir, una nación que rehuye y oculta sus símbolos.

Porque es que son eso, símbolos. Y, como tales, no están operativos: en sí y por sí de ninguna manera incitan a arriscarse contra la morisma. Se ven raros homicidios, pero hasta ahora no conozco el caso de ningún caballista andaluz que al ver una estampa de nuestro santo patrón, y al grito de «¡Santiago y cierra España!», la haya emprendido a estocadas con los magrebíes que recogen los tomates. Tampoco me he enterado de que ningún baturro haya sentido inclinaciones vehementes de rebanar la nuez a su vecino yemení del tercero cuando contempla el escudo en el papel timbrado de su región. Seamos un poco serios.

Sin embargo, no con la misma certeza se puede asegurar que el vecino yemení del tercero tampoco quiere rebanarle a uno la nuez. Depende de su grado de integrismo. Porque no lo neguemos arteramente, en los países de tradición cristiana ningún escudo de nuevo cuño podrá aportar a sus cuarteles cabezas recién cortadas. Por el contrario, desgraciadamente el escudo de Irak podría llegar a albergar, si los países occidentales no continúan en su empeño de impedirlo, las cabezas de periodistas y cooperantes seccionadas no hace diez siglos, sino ayer y antes de ayer. La diferencia es muy notable y no hay por qué silenciarla. 

¿Casos aislados de fanatismo? Por supuesto. Pero para evitar malentendidos, respete nuestra historia la comunidad islámica en España, que ha pedido el cambio en el escudo aragonés, y se hará acreedora a nuestro total respeto. El presente, ya se ve, no lo violentan nuestros símbolos. Así debemos entenderlo todos para no emprender una relectura del pasado cuyo riesgo paradójico sería la creación, donde ahora no existe, del conflicto que precisamente se quiere conjurar.

 
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