Fin de curso político

El otro día me decía un amigo que había que aguantar el tirón y llegar a final de mes y a la playa como fuera. Era una manera sencilla de resumir lo que muchos ciudadanos sienten en estos días: ante la crisis económica que estamos viviendo y que desgraciadamente va a durar tiempo, de momento lo que hay que procurar es disfrutar de unos días de vacaciones y luego ya se verá.

El panorama no es como para lanzar cohetes. Todas las previsiones económicas no son nada buenas, incluidas las del propio Gobierno que al final no ha tenido más remedio que aceptar la dura y cruda realidad y empezar a llamar a las cosas por su nombre. El vicepresidente Solbes ha vuelto a tener que reducir la tasa de crecimiento económico y situarla en un 1,6 y la previsión es que el año próximo la economía española crezca al ritmo de un 1%. En cuanto al paro, las previsiones no son nada halagüeñas, situándose la tasa de desempleo para el próximo año en un 12%.

Con ese sentimiento de preocupación que en muchos casos puede ser incluso de angustia, media España va a desconectar en los próximos días de todo lo que tenga que ver con la rutina de la vida diaria. El curso que está a punto de finalizar ha sido bastante intenso y en algunos aspectos, hasta raro.

Zapatero y el PSOE ganaron el pasado 9-M con cierta holgura las elecciones generales, provocando de paso una profunda crisis en el PP, que estuvo durante tres meses en un “vivo sin vivir en mí”. Ante la falta de oposición, el Gobierno estuvo sesteando durante ese primer tramo de la legislatura, hasta que la cruda realidad de la crisis económica les sacó de su estado de pereza en el que se habían instalado. El problema es que Zapatero afronta la citada crisis con un serio desgaste producido, entre otras causas, por su resistencia a reconocerla y a llamarla por su nombre. Hasta el momento se ha limitado a hacer un discurso cuyo mensaje principal es asegurar que su Gobierno garantiza el mantenimiento de las políticas y de las medidas sociales, mientras que acusa al PP de tener una receta que pasa por recortar o suprimir las ayudas para ese tipo de políticas. Y ese discurso, con la capacidad de comunicación que hay que reconocerle al Presidente, bien apoyado por los telediarios de sus televisiones amigas, -que son prácticamente todas- cala en la opinión pública.

Porque además, enfrente lo que hay es un PP intentando salir de una crisis que ha mostrado su peor cara: la de un líder, Mariano Rajoy, aferrado a su puesto después de haber perdido dos elecciones frente a Zapatero. Pero Rajoy sigue sin ilusionar, sin proyectar la imagen de un líder capaz de sacar al País adelante. En la calle Génova están encantados tanto de haberse conocido como de la supuesta nueva etapa que ahora se abre en el PP, que tiene como signos distintivos el llevarse bien con los nacionalistas y el no tomar partido en cuestiones polémicas o que supuestamente puedan provocar la pérdida de votos, como pueden ser todas las referidas al aborto, la eutanasia o la ofensiva laicista lanzada por el proyecto ideológico del PSOE y de Zapatero.

En el PP confían que la crisis económica vaya desgastando al Presidente, algo que efectivamente ya se empieza a reflejar en las encuestas. Pero nunca unas elecciones se ganan sólo por el desgaste del rival. Si no hay un proyecto claro, definido e ilusionante, con un líder y un equipo que de confianza y que despierte la ilusión en los ciudadanos, al final siempre gana quien está en el poder. Pero dejemos por el momento que las cosas reposen en agosto. No es que vayan a cambiar sustancialmente, pero al menos, descansamos todos un poquito. Hasta septiembre y que ustedes, lectores de este confidencial tengan un buen verano.

 
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