La Navidad de John Wayne

La Navidad, como esas cintas de cine antiguo, es exactamente la exaltación de todo lo bueno contra lo malo. Un tiempo en el que brillan con especial intensidad todos los bienes que aporta el cristianismo al mundo, tanto para los creyentes como para los que no tienen fe, o se la han dejado olvidada en algún hachazo de la vida. Todo este maravilloso festín de lucecitas, regalos, buenos deseos, y reencuentros tiene una razón de ser que va más lejos de ese ogro consumista al que algunos pretenden reducir estas celebraciones. No es malo comprar regalos a los seres queridos. No se confundan. Hay muchas cosas buenas e importantes en cada tradición navideña. También en el gesto de comprar un reloj, un disco, o un libro para un familiar. Ese detalle es sólo el reflejo de algo interior que seguramente no sabríamos decir con palabras. Se repite cada año. Así que, pesimistas del mundo: no todo está perdido. Ni mucho menos. Cualquiera pueda notar que algo extraño sucede en estas fechas. Algo que hace que nos volvamos un poquito mejores, aunque se sólo durante unos días. No desprecien esta transformación. Para un buen hombre, los buenos deseos son sólo el comienzo de un aventura mucho mayor. Miren, si no, a John Wayne.

Verán. Como es Navidad, quería traerles a esta tribuna algo bonito que nos haga olvidar, aunque sea sólo durante un rato, la realidad que transitamos. Buscando un relato de colores navideños, me he acordado de John Wayne, y de la noticia sobre la confirmación de su conversión al catolicismo. Según se puede leer en el semanario Alba de hace un par de semanas, John Wayne se convirtió al catolicismo unas horas antes de su muerte. Durante años ha habido rumores en todas las direcciones y multitud de versiones sobre lo sucedido. Muchas de ellas conviven en Internet. Casi todas son falsas o imprecisas. Pero el reportaje de Alba aporta la documentación suficiente como para dotar de total credibilidad al relato sobre su bautismo.

No me sorprendió el hallazgo. Lo normal cuando uno difunde el bien es terminar abrazando el bien. Lo corriente, cuando uno se convierte en la imagen de ese conjunto de valores que hacen al hombre más digno, es terminar por confundirse con ellos hasta el extremo. En sus cientos de apariciones en la pantalla, John Wayne encarnó muchas de las cosas que nos hacen, sencillamente, ser mejores. No fue un papel casual. La mayoría de los críticos coinciden en señalar que Wayne sólo aceptaba aquellos papeles que fueran coherentes con su forma de pensar. Por eso su cine terminó siendo él, y su personaje, su persona. Una armonía sólo al alcance de los más grandes.

El oeste fue el escenario perfecto para tratar asuntos mucho más importantes y actuales que lo que encierra el argumento de cualquier Western. El honor. La nobleza. La valentía. La sinceridad. La responsabilidad. La bondad. La lealtad. Son, todos ellos, valores que sustentan al hombre, que le permiten pisar fuerte por donde pasa. Son las aspiraciones que elevan a la persona por encima de su tendencia natural a la traición, a la cobardía, a la mentira, y en general, a cualquier clase de maldad.

Pero hay algo aún más importante en el personaje de John Wayne. Busquen alguna película en la que aparezca como un hombre inmensamente bondadoso, colmado de virtudes y valores, carente de cualquier defecto, como si fuera un ser de otro planeta. No la encontrarán. No encontrarán en ninguna de sus interpretaciones a un ser angelical, generosamente entregado a su entorno, derrochando caridad, simpatía, bondad y amor. A John Wayne lo verán pegado al mundo, peleando -muchas veces literalmente- por respetar un código de valores, por ser fiel a las cosas en las que cree, por superar su característica hosquedad. Por eso lo verán, sobre todo, luchando contra sí mismo. Peleando contra su carácter, su orgullo y su maravilloso carisma. Jugándose el pellejo por enfrentarse al mal sin obtener recompensa alguna. Lo encontrarán luchando por ser un buen hombre, en un entorno como el del Oeste, plagado de malos y tontos, a partes iguales.

He ahí la clave de su filmografía. John Wayne no es un héroe. No es sólo eso. Es un tipo que conquista su heroicidad en cada película, en cada historia, intentando ser fiel a las cosas en las que cree, sin aceptar a cambio ningún premio terrenal. De ahí al bautismo católico, sólo mediaba su propia historia personal, la que transcurrió detrás de las cámaras. Algo que no podía ser un obstáculo demasiado grande en las últimas horas de su vida, para quien había contribuido tanto con su imagen y su cine a difundir todos esos valores humanos que, con muy poco, pueden confundirse con virtudes cristianas.

 
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