Profetas del Estatuto

Había sin duda cauces más fáciles para la España plural que la descortesía de organizarnos el Estado a los demás con la magnífica mistificación del Estatuto de Cataluña. Entre las fallas retóricas, donde se escribe pluralidad hay que entender más bien asimetría y privilegio: del discurso de la autonomía al discurso de la soberanía, el principio de solidaridad es algo que se abandona con el gesto feliz de quien descubre que la maleta tiene ruedas. Otro propósito fraudulento es el tránsito de una ley adecuada a una ley simplemente válida. En todo hay una atípica noción del bien común que aún deben explicar Maragall y Zapatero. Alejado de la brumosa presencia grupal de las tribus fang, el nacionalismo catalán es mecanicista —según escribe Porta Perales- y por eso la consideración de Cataluña como nación puede ser una dimensión simbólica pero siempre tendrá voluntad práctica. Es conocida la contigüidad conceptual de soberanía, nación y Estado, y ahí tendría Zapatero una invitación para repasar sus apuntes de Derecho Político, mientras analiza la voz violenta y verdadera de ERC que traza los caminos. En realidad, el presidente parece haber caído en la especialidad de la imprudencia que es pensar que nunca pasa nada. Por su parte, Maragall atiende a su don de profecía -tan degenerado- en las corrientes esenciales del determinismo histórico. El aquí y ahora de la opinión pública es un dato de realidad que se descartó desde el principio. Anunciar un drama resulta muy opuesto a las virtudes de la pedagogía aunque al menos nos queda la prueba sin matices de quién quiere unir y quién prefiere separar. Más allá de un intervencionismo irrespirable, la hilatura del Estatuto ofrece una complicación que para su viabilidad requiere de un Estado. En la incertidumbre del trámite parlamentario, las copas de cava de la semana pasada festejaban la mejor coyuntura para el nacionalismo catalán: una derrota real será el consuelo de una victoria moral, y el negocio inmejorable de un ilimitado victimismo. Lo peor es que del PSOE podemos esperar cualquier sorpresa. Zapatero construye aún su credibilidad con el dominio de la media sonrisa, con la lectura de un guión que pasa por hablar poco y no improvisar nunca, con el estilo político de gobernar como una presencia benéfica. Son las estrategias del éxito que empleaban hasta ahora los futbolistas. Para regir las circunstancias aparece el perfil cecial de Fernández de la Vega, aunque de momento nadie ha dicho que si la Constitución es maleable, también ha de serlo el Estatuto. Desde luego, el trasunto federal en que vivimos podía modularse, pero no por estas manos irresponsables ni con esta voluntad de desunión. Sin el mandato de un nuevo federalismo, alguien debe recordar a Zapatero la inconveniencia de arreglar las instituciones que funcionan.

 
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