Mientras no se acabe el mundo

Yo creía que el mundo se terminaría de otra manera. No sé. Por decreto fulminante de algún político enloquecido, por el calentamiento global de los ciudadanos, o por un botellón salvaje en Pozuelo lleno de hijos de millonarios disfrazados de Melendi. Pero no. Según mis más cercanos expertos en adivinaciones, esoterismos y bobadas de diverso calado, el mundo debía haberse terminado el pasado miércoles 9 de septiembre, por la misteriosa coincidencia de tres nueves en una misma fecha. El nueve, el mes nueve y la última cifra del año que atravesamos, que también es un nueve. Una coincidencia sobrecogedora y terrorífica que sólo ha podido producirse después de otra terrible circunstancia que tuvo lugar el día anterior. Y es que, aunque les cueste creerlo, el pasado martes fue día 8 de septiembre de 2009, lo que inevitablemente terminó provocando que el día siguiente fuera 9 de septiembre de 2009; la fecha del fin del mundo. Misterios de la naturaleza.

La cuestión es que el mundo no se ha terminado, al menos, a la hora de redactar este artículo. No se ha acabado y prueba de ello es que estoy escuchando a Zapatero decir las mismas sandeces demagógicas de siempre, mientras Rajoy le responde con el acomplejamiento y la debilidad ideológica que le caracteriza. Este simple intercambio de sinsabores es la mejor prueba de que seguimos vivos. ¡Oh, cielos! Eso significa que tendremos que seguir aguantándolos otro curso político más.

Yo tenía la esperanza de que se acabara todo el 9 de septiembre, para ahorrarme la tragedia de ver a todos los poderes públicos españoles rindiendo pleitesía a un sujeto tan poco recomendable como Chávez. Pero no ha podido ser. El gorila pisará España, soltará un par de exabruptos, se hará el gracioso ante las periodistas más hermosas, compadreará con nuestro rey y con nuestro presidente, amenazará un poquito por aquí y otro poquito por allá, soltará algún slogan populista -especialidad de la casa- y finalmente volverá a su jaula. Una jaula muy particular en la que él es el único que está fuera. Y se ha tragado las llaves. En ese aspecto, es una jaula que empieza a parecerse peligrosamente a la cárcel cubana.

Estaba convencido de que todo se terminaría el día 9 y me he llevado un chasco. Por culpa de esa mala previsión tendremos que aguantar en los próximos meses el intercambio de naderías entre gobierno y oposición, al tratar los principales problemas que sufre España. Sin fin del mundo, asistiremos inevitablemente al famoso "progreso" de España. No es que la conexión a Internet vaya a ser más rápida y barata. Tampoco se trata de que nuestras universidades vayan a convertirse en un modelo de excelencia para otros países. Ni siquiera lograremos deshacernos de las engorrosas barreras burocráticas que imponen las autonomías. Todo lo contrario. El progreso -tal y como estamos viendo- significa otra cosa: la tergiversación de la historia, la manipulación de la educación, la promoción del aborto y, en general, la sustitución del ideario político por el más vacuo electoralismo.

Sería injusto no mencionar que también sucederán cosas buenas, gracias a que el fin del mundo ha decidido retrasarse. Me alegra, por ejemplo, que vayamos a poder disfrutar más tiempo del maravilloso juego de la Selección Española. Celebro también que podamos seguir riéndonos a carcajadas con películas como "Bienvenidos al norte", o deleitarnos con el esperado disco de regreso de Mamá, que está a punto de salir a la venta. Y, de manera especial, celebro el arranque de las emisiones de una nueva radio, esRadio, cuya prioridad es la defensa sin complejos de las libertades individuales, frente a las embestidas incansables del Estado, y frente a la manipulación patológica de los políticos.

Decía el otro día Cayetano González -periodista y colaborador de ECD-, que al entrar en los estudios de esRadio había palpado la ilusión en los rostros del joven equipo de profesionales que integran el grueso de la plantilla de técnicos y periodistas. Se notaba su compromiso ilusionado y sincero con la causa de la libertad. Y no me extraña. Sin duda también cometerán errores, pero saben igual que nosotros que el siglo XXI es el siglo del reinado de la comunicación. Y que tal y como está el patio, mientras no se acabe el mundo, lo mejor que podemos hacer por nuestro país es depositar la esperanza que nos quede en aquellos medios comunicación que, al margen de sus criterios ideológicos, se atrevan a ejercitar la independencia. No quedan muchos.

 
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