Por la boca… Carmena: Malversación de fondos públicos

Una de las facetas más destacadas de la persecución a la que Manuela Carmena tiene sometidos a los madrileños que cometen el desatino de intentar circular con su coche por la capital es, sin duda, el estado del asfalto.

Socavones de inmensas proporciones, cicatrices de zanjas mal cerradas, agujeros negros que no se sabe a qué abismos pueden llevar, trampas selváticas camufladas por basura acumulada, tapas de alcantarillado como ruedo de plaza de toros visto desde la grada más alta, hondonadas que engañan cual simas inabarcables o el bache común que prolifera como gavilla de mala hierba en el trigal de las avenidas más concurridas.

Todo sea por la desaparición del coche privado.

Dado el estado de las calles de Madrid, todo gasto efectuado para impedir el exceso de velocidad de los vehículos, hay que considerarlo innecesario y, por tanto, automáticamente incurso en el tipo penal denominado malversación de fondos públicos.

Porque esas vallas horizontales que atraviesan las calzadas –auténticos puertos de primera categoría en un hipotético tour de Francia- además de colocarnos el estómago en la garganta, propiciar partos acelerados, aumentar la venta de cascos para paliar los cabezazos contra el techo y hacernos alcanzar a duras penas el taller más próximo para intentar reparar la suspensión del coche, deben de costar lo suyo –en este caso lo nuestro- en material y en mano de obra.

Y porque esas ristras de chinchetas gigantes, colocadas estratégicamente para hacerlas insalvables, que machacan nuestros neumáticos, resuenan en nuestros oídos y que provocan que los menos avisados frenen en seco, abandonen su coche con gran apresuramiento y miren hacia atrás para comprobar en qué parte del recorrido quedaron los tapacubos, también hay que sufragarlas, es de suponer que con el dinero recaudado en multas –valga la redundancia fiscal- aunque, en este supuesto, tienen la ventaja de que su instalación exige la perforación del asfalto y siempre existe la posibilidad, nada remota, de provocar nuevos desconchones en la vía.

Pero todas esas medidas y otras que la maldad humana pueda inventar para evitar las grandes velocidades, son un despilfarro, una forma de tirar el dinero de los madrileños, un sinsentido que busca un objetivo mil veces cumplido, y por tanto inútil, ante la situación de las calzadas madrileñas.

Y Carmena viajando en metro.

 
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