Por la boca… Más que un cambio de política

Lo que se juega España y nos jugamos los españoles en los próximos comicios, es algo más que un simple cambio de política o de personas que protagonicen ese cambio. Parece increíble -pero es lo que hay- que, pasados más de 40 años de nuestra supuesta normalización democrática, estemos todavía en los momentos decisivos de, si monarquía o república, comunismo o liberalismo, estado unitario o federal, una propuesta de reforma constitucional y hasta de una ley electoral.

Cierto es que hay países que ‘apañan’ sus cambios con enmiendas a la constitución, continuos referendos o revocaciones de presidentes, pero la inmensa mayoría y, sobre todo, eso que se ha dado en llamar ‘países de nuestro entorno’, tienen más que asentados los principios que hicieron crecer una nación por muy diversas que fueran las procedencias de quienes la formaron.

El cambio que desde las anteriores elecciones se está postulando por los tres principales partidos que ahora están en la oposición, va más allá de la hipotética desaparición de Mariano Rajoy e incluso del pase del Partido Popular a la oposición. El cambio que se pretende –fundamentalmente por parte de Podemos- es de un calado trascendental para el futuro de España. No es el cambio normal en cualquier otro país, de la derecha por la izquierda y no lo es, porque la izquierda que supone Podemos, es algo que ya no se lleva en Europa ni, prácticamente, en ninguna parte del mundo salvo excepciones como Corea del Norte, Cuba o Venezuela.

En ningún país entre los que nos movemos, se discute la propiedad privada, derechos como la decisión de los padres respecto a la educación de sus hijos, la libertad en la práctica religiosa o el respeto y la protección a la familia.

Lógicamente, cuando en esos países se produce un cambio tras unas elecciones, quienes gobernaban pasan a la oposición y los que llegan al poder sitúan sus peones y ponen sus bazas sobre la mesa, pero esas bazas nunca suponen la desaparición de todo un sistema, de unas estructuras políticas y sociales consolidadas o la desaparición de derechos que a todos parecen indiscutibles.

Se marcharán los demócratas de la Casa Blanca y entrarán los republicanos, pero el sistema americano no solamente no desaparece sino que nadie lo cuestiona lo más mínimo. Gobernarán conservadores o laboristas en el 10 de Downing Street o en Berlín, en Roma o en París llegarán al gobierno liberales, demócrata-cristianos, socialistas o ‘verdes’, aplicarán sus políticas, pero ninguno de ellos pondrá en solfa, la monarquía o la república, su sistema parlamentario, la organización territorial o las estructuras sociales y económicas básicas.

En España siempre estamos empezando, quitamos rótulos de calles, derribamos estatuas y retiramos honores a los que no son de los nuestros.

Ahí puede estar la diferencia. En otros países, ‘los nuestros y los que no lo son’ van siempre detrás del ‘nosotros’ colectivo. En España ese ‘nosotros’ colectivo o no existe o siempre va por detrás de las banderías.

 
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