Por la boca… el Poder Legislativo es una cáscara hueca

Cuando se habla de una pretendida regeneración democrática  convendría definir lo que es y supone esa regeneración, que debería consistir, en primerísimo lugar, en devolver al Poder Legislativo su esencia y su razón de ser, en cualquier sociedad democráticamente constituida y que quiere que su vida pública transcurra dentro de los límites de esa democracia.

Ahora que, por maldad de unos y memez de otros, se ponen en almoneda conceptos como nación, patria o unidad, cabe recordar lo que Galdós pone en boca de Gabriel Araceli -personaje señero de los Episodios Nacionales- hablando de su amor a España: “Yo aún puedo consagrarte unas palabras maldiciendo al ruin escéptico que reniega de ti y al filósofo corrompido que te confunde con los intereses de un día”.

Y cuando, según dicen algunos, se manosea el Poder Judicial y la Fiscalía General del Estado, mientras se llega a no se sabe que acuerdos cuyos términos duran menos de 24 horas, y se hurtan, prácticamente mediante un ucase las competencias del Senado en materias presupuestarias, también parece oportuno reflexionar sobre la idoneidad -ya que no la utilidad democrática- del Congreso de los Diputados.

Y cuando se alardea de consensos, de mayorías parlamentarias y de votaciones transparentes que originan leyes y decisiones que a todos atañen y que influyen en las vidas y haciendas de los ciudadanos, también parece conveniente echar una ojeada sobre la trayectoria del Congreso de los Diputados y sobre las funciones reales que desempañan quienes se sientan en sus escaños y dicen representar, democráticamente, no se sabe bien qué soberanía.

No deja de extrañar la naturalidad con la que se anuncia que el gobierno no llevara tal o cual iniciativa al Congreso hasta que no tenga la seguridad de que será aprobada porque no quiere pasar el trago de ver sus leyes rechazadas.

 No se responde a las preguntas que se supone que son el principal cauce del control que han de ejercer los parlamentarios, todos los parlamentarios sobre el Gobierno y nada se discute ni se razona, solamente se responde a intereses personales y de partido.

Es para preocupar la desfachatez con la que el Gobierno da ultimátums  y dice que “lo haremos con ustedes o sin ustedes” o se amenaza a los empresarios con decretar los horarios laborales con ellos o sin ellos. Desvergüenza política que apenas enmascara un desprecio absoluto por lo que en un momento dado pueda decir el Legislativo.

Supuestamente, se elaboran los presupuestos del próximo ejercicio y lo que se acuerde se acordará fuera del Congreso y con argumentos de todo tipo, excepto los que se refieran al bienestar material de los administrados y, todo lo más, se harán en clave electoral a base de cesiones para que  el Gobierno y quien lo preside, pueda mantenerse. Un ejemplo clamoroso de la inutilidad de los diputados.

Un Legislativo en el que ni siquiera hay culiparlantes, sino simples inclinanadores de cabeza que votan a favor de decisiones previamente tomadas fuera del hemiciclo y que avalan los desmanes del Gobierno al que proporcionan una pátina de democracia; un Ejecutivo que prostituye la democracia, desvirtúa la vida política y traiciona la Constitución. 

 

Cuando se habla de una pretendida regeneración democrática  convendría definir lo que es y supone esa regeneración, que debería consistir, en primerísimo lugar, en devolver al Poder Legislativo su esencia y su razón de ser, en cualquier sociedad democráticamente constituida y que quiere que su vida pública transcurra dentro de los límites de esa democracia.

España vive una dictadura del Ejecutivo que ni siquiera puede calificarse de partitocracia, sino que está asentada en un poder personal que hace y deshace a su antojo, pretendidamente avalado por usos democráticos que no existen.

Todo lo más, el Congreso es la cámara de la confrontación barriobajera, del insulto pandillero y de los mítines de baja estofa. 

Urge devolver al Congreso su alta función como depositario del poder de que le han dotado los ciudadanos con sus votos. Eso sería la verdadera democracia.

Si el Poder Judicial está en lucha continua para mantener su independencia, el Legislativo nunca ha dado esa batalla que perdió de antemano, cuando quien ostenta la jefatura del Ejecutivo, además de no tener el menor escrúpulo relativo a la moral política, ignora las normas de la convivencia democrática.

La carcajada: El PSOE de Badajoz avala la legalidad del contrato del hermano de Sánchez.

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