Servicio, compromiso y deber

“Opongo un rey a todos los pasados; 

propongo un rey a todos los venideros”

Baltasar Gracián 

La simple posibilidad de que haya que elegir un Jefe de Estado entre la chusma que pulula por los despachos oficiales, hace temblar a cualquier ciudadano, sea o no monárquico.

Un Rey que discierne lo que es correcto y asume un costo personal  -por definición- resulta incómodo para quienes nunca disciernen lo que es correcto, y son incapaces de  asumir ningún costo personal.

Por eso son divertidas las declaraciones de los “antirey”, de los memos de la soberanía popular en el Legislativo, de los aizpurúas, los errejónes o los lópezes (pero Pedro ¿tú sabes lo que es una nación?), con motivo de los diez años de reinado de Felipe VI. Escuchar a estos personajillos fatuos, que hacen creer que son alguien -aunque saben que no son nada- que venden humo para vivir de los sueldos oficiales que sacan, porque no tienen otras habilidades, causa hilaridad nada contenida. Si tuvieran un mínimo de pudor, tendrían pavor a opinar, a aparecer en público y hasta a salir a la calle.

Son ellos, los políticos antirey, los que están llevando a los españoles al convencimiento de la necesidad ineludible de un Jefe de Estado que, como el Rey Felipe VI, esté por encima de banderías de partidos, de ideologías obsoletas y fracasadas y empujan a los ciudadanos a profesar el más absoluto desprecio a la clase política.

La simple posibilidad de que haya que elegir un Jefe de Estado entre la chusma que pulula por los despachos oficiales, hace temblar a muchos ciudadanos sean o no monárquicos.

Por eso la Institución, la Corona, es hoy más necesaria que nunca y a la vista está que, tras lo sucedido el pasado miércoles en las calles, los ciudadanos arropan y quieren  la Monarquía, a los Reyes y a sus hijas.

 

Si además, si esa Corona se sustenta en una persona como Felipe de Borbón, la afección, la cercanía, la simpatía y la adhesión de los españoles que se identifican con su Rey, con la Reina y con la Princesa de Asturias y la Infanta, se palpa en el ambiente y la Monarquía está más que asentada, por mucho que los vendehúmos del Congreso lo nieguen y sigan en sus entelequias para que Felipe VI “sea el último Rey de España”.

Pero no todo van a ser lisonjas a Felipe VI. 

El mismo Rey tiene que reconocer que se lo ponen fácil. Porque estar por encima, muy por encima, de la chusma política que detenta eso que llaman soberanía popular y que coloniza el Ejecutivo, el Legislativo y va a por el Judicial, no es difícil. Superar a esta ralea de “servidores públicos”, en lo personal, en lo ético, en lo político y hasta en lo humano, es más que asequible. El Rey está a años luz de todos ellos. Y también él, la Reina y sus hijas, están muy por encima de nombramientos interesados, decisiones tomadas a base de nepotismo, prebendas y negocios poco claros y aún sin aclarar.

El Rey -y seguro que le costó- tomó decisiones relacionadas con su padre y su hermana, pensando en el bien de España y de la Institución. Otros podrían aprender.

Por eso se notaba la desazón, las sonrisas forzadas y las miradas huidizas cuando el Rey, en su discurso, decía aquello de que hay que discernir lo que es correcto y hasta asumir un costo personal.

Pero ocurre que para tomar ciertas decisiones, hay que estar personalmente limpio y libre de cualquier tejemaneje sucio o poco edificante.

Pocos pueden exhibir la misma trayectoria y aún están menos capacitados para asumir acciones concretas,  de las que Felipe VI es ejemplo.

Como decía Chesterton. “Un buen Rey no sólo es algo bueno, sino que probablemente sea lo mejor”.

La carcajada: El pasado martes publicaba EL CONFIDENCIAL DIGITAL, lo sucedido con la foto de familia de la reunión de mandatarios en Suiza. En alguna publicación más o menos “direccionada” y mediante los oportunos cortes, Sánchez figuraba en el centro de la instantánea. En la foto “verdadera”, en la que el centro era ocupado por Zelenski, Sánchez se ubicaba en un lateral.

¿Cosas del Photoshop o de la desfachatez?

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