El G-8 y la “democracia soberana”

La Cumbre del G8 en San Petersburgo ha concluido. Los comentarios son innumerables, pero trataré de no ajustarme a la senda trazada. A mi modo de ver, uno de los asuntos más importantes de la Cumbre, aun no habiendo sido incluido en la agenda oficial ni formulado por nadie en voz alta, era el curioso tema de la independencia y la soberanía en las relaciones entre diversos países que hoy suelen ser considerados como democráticos. En el contexto del mundo unipolar, con la indiscutible hegemonía de EEUU y teniendo en cuenta la aspiración ancestral de sus habitantes: colmar de bienes al resto de la humanidad tras haberle impuesto su visión de la época moderna, esta cuestión no ha podido dejar de surgir en las conversaciones bilaterales de los norteamericanos con otros miembros del Grupo, ni durante la discusión general de tal o cual problema.   Es algo interesante de abordar porque últimamente parte de la cúpula política rusa ha puesto de moda una nueva expresión: “democracia soberana”, que germinó en respuesta a dos fenómenos, lamentablemente, de signo contrario. Uno, el fortalecimiento (según el patrón mundial) incuestionable e impetuoso de Rusia, que se manifiesta, naturalmente, en la consolidación de su independencia así como en el hecho de que su palabra adquiera cada vez más peso en la escena internacional y en la economía mundial aunque, por decirlo todo, esa importancia creciente se manifiesta fundamentalmente en materia de la energía. Otro, el recrudecimiento, también indudable e igualmente impetuoso, en influyentes círculos norteamericanos de la preocupación y el disgusto por ese fortalecimiento de Rusia. Lo ideal sería, en buena lógica, incrementar la colaboración con Rusia conforme ésta se fortalece y dejar de buscar confrontaciones. Pero la vida, ante todo, la vida política, jamás ha sido ideal, los estereotipos de la guerra fría afloran cada día con más frecuencia.   Es paradójico que conforme la democracia rusa se va arraigando, la norteamericana muestra cada vez más reticencias y le reprocha que no sea copia exacta de lo que en Washington entienden por democracia. Lo cual es absurdo, ya que los países democráticos, utilizando los mismos instrumentos, siguen cada cual su camino teniendo en cuenta las peculiaridades y tradiciones nacionales. Francia no se parece a Suecia; ni España a Japón; tampoco EEUU a Suiza; etc. Procede además señalar que, pese al éxito de cada uno de esos modelos, un observador objetivo siempre podrá descubrir en ellos puntos flacos, pequeños defectos y absurdos.   Esto aplica también a EEUU. Voy a recordar un caso curioso que sucedió al inicio de la Cumbre en San Petersburgo. Lo primero que hizo el presidente estadounidense al pisar tierra rusa fue entrevistarse con representantes de varias organizaciones no gubernamentales. Aritmética aparte, he de constatar que si en vísperas de la Cumbre el señor Bush se entrevistó sólo con una decena de representantes de esas organizaciones, Putin previamente había dialogado con centenares de delegados de dichas organizaciones y no sólo de Rusia, sino del mundo entero, y más tarde, cumpliendo su promesa, comunicó las peticiones de sus interlocutores a los participantes en la Cumbre. Pero, insisto, en este caso la aritmética no es lo fundamental.   Produce asombro otro detalle: participantes rusos en el encuentro con Bush le entregaron una petición de las organizaciones no gubernamentales norteamericanas que desean que el jefe de su estado reciba a representantes de la sociedad civil de EEUU. De lo cual se colige que el presidente Bush, que tan predispuesto se muestra a aleccionar a los rusos en materia de democracia, no estima necesario prestar oído a la opinión de sus propias organizaciones no gubernamentales.   Otro caso curioso es que en la rueda de prensa sobre los resultados de sus conversaciones con Putin, Bush, que en vísperas de la Cumbre prometió no inmiscuirse en los asuntos internos rusos, fue incapaz de evitar la tentación y aconsejó a Rusia que siguiera el ejemplo de la democracia en Iraq (sic). Putin, aunque exhibió una puntillosa cortesía durante la Cumbre con respecto a sus invitados, no pudo, como era natural, dejar sin respuesta semejante consejo y, en medio de aplausos aprobatorios y risas irónicas de periodistas, dijo: “ A decir verdad, no nos gustaría tener una democracia como la de Iraq”. Cabe la duda: ¿fue improvisado el consejo por el presidente norteamericano? ¿O la cúpula política de EEUU está tan lejos de la realidad que considera posible que la “democracia” iraquí, cuyo único apoyo es el ejército de ocupación, habite los sueños de los rusos?   No es fácil comprender ni siquiera por qué esta caricatura de democracia conviene a los estadounidenses, tal vez, porque a diferencia del ruso, el iraquí es un régimen títere que cumple todos los deseos de la Casa Blanca. Es probable que para la democracia norteamericana esto constituya el principal baremo del éxito y lo justo de su rumbo. A propósito, el ejemplo iraquí no es el único, ni mucho menos. Con igual resultado Bush podría poner como ejemplo para Rusia el actual régimen de Ucrania, o el de Georgia, que en estos momentos prestan oído a la voz de EEUU como si fuera divina. Recuerden que cuando el presidente del país decidió destituirla, la ex primera ministra ucraniana, Timoshenko, fue a quejarse inmediatamente al embajador de Washington. Una de las más prestigiosas figuras políticas de Ucrania no puede vivir hoy sin la embajada de EEUU.   Por lo demás, en el curso de la Cumbre, además de hablar de la solución a otros problemas, cada miembro del G8 ha estructurado a su manera sus relaciones con Washington. Por ejemplo, hace mucho que Londres decidió ir a rebufo de la política norteamericana, mientras que Francia, al contrario, defiende obstinadamente su derecho a una posición independiente. Según demostró la rueda de prensa de los presidentes Bush y Chirac, sus posturas divergen mucho al evaluar la situación en Oriente Próximo. Por esto, Francia, junto con Rusia, no figura entre los favoritos de EEUU; quizá los franceses también deban aprender de la democracia iraquí...   Volviendo al principio, es comprensible la aparición de la expresión “democracia soberana” en el vocabulario político ruso. A mi modo de ver, no es muy acertada, ya que la verdadera democracia, esa que protege los intereses nacionales de cada país, no puede sino ser soberana, de lo contrario, no será democracia. Por consiguiente, decir “democracia soberana” no es más que una redundancia.   España puede servir de excelente ejemplo de la soberanía en el contexto de la democracia, puesto que siendo portavoz de la voluntad de los españoles, su gobierno evacuó a sus soldados de Iraq, sin preocuparse mucho de si gustaría o no a EE UU. Rusia definirá su camino según lo estime necesario. El objetivo está a la vista: una democracia absoluta y efectiva. El camino hacia ese objetivo será netamente ruso, como los franceses recorren su senda y los españoles la suya. Y al final, EEUU tendrá que respetarlo.

 
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