Zapatero Asurancetúrix

Olivario Gamiérez, alegre y jovial alpinista, falleció hace ahora treinta y tres años a los 73 años de edad. Había subido algunos de los picos más afilados del mundo, lo cual era, según sus propias palabras, una aventura mucho mayor que el ascenso a las cumbres más altas. Fue hombre muy amigo de sus amigos, como tantas veces se dice dando a entender que existen hombres que son muy enemigos de sus amigos. Misterios de la vida. El único defecto de Olivario era una tendencia insoportable a la pedantería al hablar. Una pedantería cansina que derivaba en una facilidad preocupante para el verso fácil, la metáfora hortera, y la rima cursi. Al coronar algún monte solía recitar emocionado sus propios versos, dulzones y repelentes. Sobre todo si la belleza de un lago, un valle o una puesta de sol llenaba su corazón. Por este motivo algunos enemigos lo bautizaron como “El Becquer de las Montañas”.

Olivario murió anciano. Fue escalando una pequeña montaña en compañía de un amplio grupo de montañeros expertos. Después de subir las cumbres más peligrosas a lo largo de su vida, después de enfrentarse a todas las batallas que durante años la naturaleza le sirvió a vida o muerte, cayó abatido finalmente en un desafortunado incidente. Escalaba hacia una cima asturiana. Apenas unos cientos de metros. Día soleado. Clima apacible. Compañía agradable. Caminaba en grupo pero decidió adelantarse unos metros para contemplar una bonita puesta de sol. Se giró hacia el horizonte, contempló el inmenso valle y aquellas vistas brillantes y, como en otras ocasiones, poseído de la belleza de aquel entorno, comenzó a lanzar versos al aire: “Verdes cuantos valles tengo / verdes cuantos valles amo / levanto mi corazón de gozo / y riega mi llanto este ocaso…”. Lanzaba los versos como si el valle fuera un gran teatro. Fueron tantos los poemas que escupió allí aquel atardecer, asomado al valle, que el resto de los excursionistas no resistieron el interminable y pegajoso recital y abandonaron el lugar. Olivario, siguió allí, recitando como loco. Y así fue como, más tarde, bien entrada la madrugada, el anciano alpinista despertó de su sueño de poeta enloquecido. Cuando quiso recitar las últimas palabras de tan dulce ristra de poesías de amor ya estaba siendo devorado por una manada de lobos que se mostraron totalmente insensibles a la inspiración del “Becquer de las Montañas”.

De la moraleja de Olivario Gamiérez deberían tomar nota nuestros políticos y gobernantes. Lo mínimo que podemos pedirles es que hablen un lenguaje directo, que lo entienda todo el mundo y que defina bien lo que quieren expresar. Cada vez es más complicado encontrar una declaración política inteligente, precisa y racional. Ahora se llevan las frases biensonantes pero vacías, los eslóganes simpáticos de corto recorrido, el mitin pop, discotequero y frívolo, las cejas del buen rollito y no sé que otras bobadas para entretenernos y engañarnos más y mejor. Se lleva ahora, sobre todo, la apelación al sentimiento de las masas. Peligrosísima táctica que ha provocado ríos de sangre a lo largo de la historia.

“El bisturí tiene que extirpar las células cancerígenas que se aprovechan de la vitalidad del cuerpo pero con cuidado de no rozar el corazón del pluralismo”, ha dicho Zapatero en las últimas horas, tras explicar que la Constitución Española tiene un “poder suficiente y legítimo” como para luchar contra el terrorismo. Las apelaciones al sentimiento y las metáforas enrevesadas en asuntos tan graves como la lucha antiterrorista son una irresponsabilidad. Una más. Porque lo cierto es que ya estamos bastante acostumbrados. Pero hoy es un día histórico porque el Presidente ha logrado superar su propio récord de pedantería. No era una conquista fácil.

Al pensar en la historia de Olivario me ha venido a la mente otro cursi histórico: Asurancetúrix. El bardo del cómic de Astérix y Obélix, siempre dispuesto a endulzar musicalmente, de forma bastante cansina, cualquier acontecimiento de cualquier tipo.  Incluso cuando no venía a cuento. Supongo que recordarán cómo Obélix se encargaba de mantener a raya a Asurancetúrix, que finalmente terminaba siempre marginado, recitando sus poesías cargantes y aporreando con insistencia su lira en la rama de algún árbol lejano o en algún lugar apartado de la fiesta. A este ritmo a Zapatero le va a ocurrir lo mismo. Lo del bisturí es casi, casi, insuperable. Visto lo visto, no me atrevo a decir que es completamente insuperable. Insuperable e incomprensible, mejor dicho. Porque con lo sencillo que es decir que los terroristas son unos asesinos y que quienes los legitiman, protegen y defienden son cómplices de sus crímenes, y que tanto unos como otros deben ir a la cárcel, no veo por qué hay que liarse con los bisturís, los corazones plurales, las células cancerígenas, y todas esas historias de poeta malo.

 
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