¿Pero qué estáis haciendo?

Me van a permitir que intente levantarme unos metros sobre el barro electoral. Un vuelo rápido. Será sólo unos instantes. Siempre hay algo más grave que lo que está sucediendo delante de nuestras narices. Nunca es mala opción intentar buscar una perspectiva más amplia para comprender mejor ciertas razones. Incluso cuando lo que queremos comprender son más bien sinrazones.

Un avión con numerosa tripulación se ha estrellado en el mar, muy cerca de una isla desierta. Ha habido muy pocos supervivientes. Poco a poco van alcanzando la arena los que han logrado salir con vida. Derrotados, heridos, sin fuerzas. Los únicos supervivientes son niños, alumnos de una escuela militar, y un adulto que está gravemente herido, enloquecido e inconsciente. Tras muchos nervios y lágrimas, uno de los niños ha asumido el liderazgo de la tropa, acelerando su madurez por obligación de la tragedia. Ha sido elegido por todos y su primera decisión ha sido respaldada responsablemente por todo el grupo: mantener viva la hoguera. Les ha explicado a sus compañeros que desde ahora han de acostumbrarse a las nuevas circunstancias, a la ausencia de un mando adulto, de sus familias, de sus antiguas vidas. Sólo unidos podrán sobrevivir a la soledad y sobriedad de la isla. Y por supuesto, sin perder de vista nunca lo más importante: la esperanza del rescate. Y para que esa esperanza sea real es imprescindible que haya siempre una hoguera encendida, día y noche, por si pasa un barco o un avión por la zona. Por eso se han puesto de acuerdo para hacer guardia por parejas junto al fuego. Además, Ralph se ha comprometido a que las reglas democráticas reinarán siempre en el grupo.

A muchos les sonará. Es el argumento de “El señor de las moscas”, la película de Harry Hook, basada en la novela de William Golding (si no ha leído el libro, ni ha visto la película tal vez deba saber que voy a contar el final). Lo que al principio parece un entrañable ejemplo de orden, compañerismo y solidaridad bajo las órdenes del joven Ralph, se va torciendo por la perversión y la soberbia de Jack, otro de los niños. Jack comienza a desobedecer los planes de Ralph para satisfacer su propio egoísmo y termina por formar un grupo aparte, donde lo más importante ya no es mantener viva la hoguera, sino divertirse, cazar y comer. Para justificar sus numerosas acciones violentas, Jack alimenta el mito de un ser monstruoso que supuestamente habita en una cueva de la isla. Los niños temen al monstruo y eso les hace más vulnerables a las manipulaciones del malvado líder alternativo. Jack, se enfrenta abiertamente a Ralph y cuestiona sus normas, y consigue su objetivo: la mayoría de los jóvenes se unen a su clan.

El grupo de Ralph, mermado por las deserciones borreguiles, intenta resistir, poner buena cara al mal tiempo y mantenerse fiel a los principios de compañerismo y responsabilidad. Siguen haciendo guardia en la hoguera. Mientras, el grupo del malvado Jack degenera a gran velocidad. Sólo se preocupan de comer, pelear y de divertirse. Pero sus risas pasan siempre por la humillación cruel y la violencia contra los más pequeños o los más débiles. La decadencia de su ocio traspasa todos los límites y en una de sus violentas bromas asesinan a uno de los niños del grupo de Ralph. El líder, de buen corazón, llora desconsoladamente la muerte de su amigo. Pero Jack no duda en pasar por alto el fatal episodio y anima a su gente a cerrar los ojos y volver cuanto antes a la diversión salvaje. Muy pronto cometerán otro asesinato, todavía más fiero. Ralph se queda solo. Aislado y despreciado por todos. Fiel a sus principios. Dispuesto a morir antes que someterse a la tiranía de Jack.

El final es impactante: Jack, lleno de rencor, da la orden de capturar y matar a Ralph. Los niños persiguen a su antiguo líder por toda la isla, armados con lanzas y cargados del odio que Jack les ha inculcado. Ralph trata de escapar durante largo rato pero finalmente cae agotado en la arena. Cuando la turba asesina está a punto de darle caza aparece de la nada un soldado, y todos los niños, al verlo, se quedan paralizados y en silencio. Es el rescate. El militar, horrorizado y asqueado ante la crueldad de la escena, les pregunta: ¿Pero qué estáis haciendo?

Eso mismo nos podrían preguntar a todos nosotros quienes un día pusieron las bases para tratar de hacer, de esta selva troglodita, un país democrático donde pueda reinar la libertad. Porque ayer, sin ir más lejos, reconocí la mirada fiel, cristalina y valiente de Ralph en los ojos de María San Gil.

 
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