Guía breve del Madrid galante (II): restaurantes

Asiana: Es tan bueno, tan recóndito, tan sorprendente, tan cozy, tan romántico, tan tan, que es mejor no dejarse arrastrar por la pasión amorosa o culinaria y esperar por lo menos al primer aniversario. El chef Renedo, además, es posible que esté ya a otras cosas.

Cuenllas: En el número 5, el bar es algo antiguo –pero también es cosa seria. En el 9, el nuevo restaurante es amable por el personal y un poco desesperanzado por el minimalismo. Demasiado gastronómico, puede asustar el volumen enciclopédico de la carta de vinos o las combinaciones de arenque y mango. En todo caso, le pega mucho a la casa permitir que uno se finja amigo de la casa y ahí pondrán dos trufitas de chocolate más para alentar al amor.

St. James’: Arroces de domingo, elegancias mediterráneas que trascienden, cien por cien España. Viña Salceda y después breve paseo y larga siesta. Belleza de la plaza del Marqués de Salamanca, patria de notarios.

Pan de lujo: Llame un mes antes para reservar pero exija las mesas nocturnas que dan al patio y a la fuente. El resto es Siberia. En Pan de Lujo no es difícil sentirse enamorado –es posible incluso sentirse más bueno, mejor persona.

Kabuki: La mitad de las chicas de hoy sienten la pasión del oriente, la pasión de China o de Japón. Kabuki es japonés o hispano-japonés y uno de los restaurantes donde mejor se come en Madrid. Materias primas nítidas y raras y la carta de vinos más apetecible que recuerdo, en su concisión. Dicho esto, evaluemos también que las sillas son incómodas, las mesas están pegadas, el restaurante es estrecho y la luz reverbera demasiado para propósitos galantes.

Los grandes conservatorios: Oropeles, sedas, vidrieras, porcelanas, objets d’art, pátina noble de la historia y la política, camareros institucionales: todo cuanto debe evitarse hoy por hoy. Huyamos de estos sitios invernales que además parecen caros. Busquemos a cambio los camareros brasileños que no nos retiran la silla, un paisaje de música chill-out e incluso el maridaje entre la comida y la música por más que el horror nos estremezca: Caritas patiens est, etc.

Arce: El primer día que fui a Arce acudí para el almuerzo y –por pura afición- volví a la cena. De vez en cuando hay que tener algún gran gesto. En Arce está todo lo que se espera de los buenos restaurantes salvo la campanilla de la fama, de la última reseña en el periódico. Gordo y siniestro, Iñaki Camba pregunta si tenemos hambre o apetito y todavía no he encontrado la respuesta ingeniosa –esa es una pregunta trampa. Camba dispensa un trato de ennui si uno no va con una joven –pero cuando vamos con una joven lo deja todo por el celestineo.

Sinfonia italiana: Hay cosas más románticas, pero muy pocas –tal vez una apoteosis de rosas rojas, un grupo de mariachis o cualquier cosa que pueda comprarse en Cartier. A cambio, esta petite boîte es pequeña hasta el impudor y la estrechez y, lejos de los equívocos y los contraluces de otros restaurantes, aquí ya se deja el capote y se coge la muleta.

Mcdonald’s: Restaurante norteamericano de notable implantación, favorito de los inmigrantes y los adolescentes en horas de merienda. No dan cubiertos. Yo tuve que ir bastante una temporada con una joven que –sorprendentemente- se pedía una hamburguesa vegetariana. Yo pedía esa fécula cúbica que allí llaman patatas. La lección es que se puede ser feliz en cualquier parte. NB: Me informan de que hay quien celebra bodas en el Kentucky Fried Chicken.

 

Compartir o no compartir: Cada uno con su plato y la bendición del Señor sobre nuestras cabezas. Dicho esto, no es lo mismo compartir una sopa de cebolla que unas verduras a la parrilla y hoy la ligereza nos lleva a pedir sólo una entrada. Por otra parte, compartir cualquier cosa ya es compartir –y en eso estamos.

Bares de tapas: Opción décontractée y ruidosa a la que los españoles somos muy aficionados. En realidad, no siempre se economiza pero es un paisaje inofensivo y familiar, para antes o después del cine.

Teatriz: Lo tiene todo: el público, la calle, la luz y la solera; tiene incluso la carta –muy siglo veinte y muy moderna. A cambio, no se puede fumar y así se pierde una muleta en el aperitivo, el juego de dar fuego / dar cigarro, la recogida de flequillo, los ojos entrecerrados, el humo hacia arriba, la posición de la cortesía. Tratadistas gastronómicos han normado el no fumar: a cambio, yo recomiendo que se fume todo lo que uno pueda porque cuando dos fuman a la vez están siendo felices a la vez.

Santceloni: El mejor o uno de los mejores de Madrid: queda a la prudencia de cada uno hacerlo saber. La decoración suma incongruencias –hay quien dice que, simplemente, Santamaría tiene mal gusto para lo que no sea el punto de cocción. En el último almuerzo, recuerdo a una joven de belleza inolvidable sentada junto a un calvo de calvicie inolvidable.

Los postres: En estos tiempos de delgadez, los postres se comparten. Valga como anticipación simbólica de las dulzuras que esperan. Es el momento de insistir con la mirada medio segundo más de lo prudente.

Alkalde: Opción vasca sin que eso signifique –como en Dantxari- un banquete estilo ‘fin del mundo’. En la calle Jorge Juan, puede uno presentarse ahí con las bolsas de las compras y pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Tse Yang: Como Julio Iglesias, un clásico romántico. Los camareros son chinos y por lo tanto molestan poco. El restaurante está ya algo desvencijado pero eso se arregla con un paseo por los mármoles blancos del hotel Villamagna. Se come como se tiene que comer: mucho y bien. Elijamos para la langosta un blanco pijo y aromático.

Las tortillas de Gabino: Familias adorables, parejas felices donde ella es rubia y él está a punto ya de ser notario. Burguesía que invita a amigos extranjeros para cocina española sin folklore. A cambio, mucho ruido, mucha gente, público ordenado que a las doce ya está en casa –por lo demás, es imposible reservar.

Laredo: Gente como nosotros pero que a veces asusta pensar que es como nosotros.

Sudestada: Barrio sin alicientes y comida con muchos alicientes, dentro de la pasión exótica de las jóvenes de hoy: Laos, Vietnam, Camboya. Que no se nos vayan los ojos tras las camareras de jade o ella ha de tomárselo muy a mal.

La tasquita de enfrente: Magnífico, magnífico, magnífico – pero para llegar hay que pasar por diversos estratos de proxenetismo, inmigración y gente de mucha peligrosidad social, allá en esas calles salvajes que todavía rodean la Gran Vía.

La Nueva Fontana: Todo es blanco o negro o transparente –un ambiente de elegancias excesivas que pueden resultar en la catástrofe de caer rodando sobre las escaleras de cristal. Mucha pompa de ostras y champañas, por contraste con una cocina que tiende al barroquismo. La copa se puede tomar in situ para eludir que el barrio no es agradable ni sentimental. Pidamos el mercedes de papá para que haga juego con el resto de mercedes a la puerta.

Asturianos: Tal vez, si la joven pertenece al inhabitual género estético –anticuaria, restauradora, galerista, estudiante de arte- se vea en la tentación de echar a correr. Ambiente tabernario que –siendo francos- resulta algo sucio y no todo el mundo ve la suciedad acogedora. Ir y venir de camareros sudorosos. Comida espléndida –pero prudencia con las fabes.

Los arroces de Segis: Los arroces son muy buenos -y el arroz es eminentemente cercano y convivial.

Lhardy: El cocido de Lhardy tiene en todo cremosidad y finura pero sigue siendo un cocido. A cambio, el bar de abajo puede culminar felizmente una mañana luminosa de museo que encuentra su gloria en la luz de las ventanas y las transparencias del jamón.

El viejo león: Hay viajes a París menos románticos.

Casa Marco: Allí en el tránsito de Argüelles, esperándonos al mediodía entre la mañana y la tarde de trabajo, con sencillez de trattoria. Suena en todo como una canción de amor urbano: ¿quieres helado de fresa o prefieres que te pida ya el café?

Uva rara: Quizá ya haya cerrado y vaya aquí el homenaje al chef que se paseaba toda la noche en pijama de chef por el pequeño comedor. Para ir a Uva rara había que pasar varias pruebas: llamadas, contrallamadas, comprobaciones. Después no era para tanto y el locuaz italiano disertaba y disertaba –quitándole la palabra al amor.

Don Lay: Para noches de aventura, más allá de la M30, en el Paseo de Extremadura. Con suerte hay una boda china. Eclecticismo y sorpresa: uno puede pedir el cordero nutritivo o el pollo negro pero también bacalao a la vizcaína. No recomiendo el bogavante –nunca recomiendo el bogavante mauritano. Si usted es articulista, puede además escribir sobre la occidentalización de los chinos a partir de la permanente de las chinas.

Asia Gallery: Decorado por García de Vinuesa con sedas, con farolillos. La entrada por el Palace puede impresionar en exceso –para bien o para mal.

Gumbo: En la parte más salvaje y liberal de Malasaña, para excursiones intrépidas. Seguramente sólo dejen entrar en zapatillas. Pídase una meca-cola y olvidémonos de todo por un rato. No hay tantos sitios donde comer el cangrejo de caparazón blando.

Caput Mundi - Boccondivino: Italianos de nivel y de ambición, con calidad constante y permanente y en la parte más florecida del barrio de Salamanca. En cuanto a romanticismo, son valores tan seguros como tener un piso y conducir un descapotable.

Bice: Una de cada dos parejas que acuden a cenar terminan casadas –y casadas por la Iglesia. Siempre hay movimientos de sainete para salir a fumar y entrar en el comedor.

Olsen: Famous for vodkas. Tienen docenas de tipos: pida Starka o Belvedere o el combinado de moda –apple-tini. Caerá por el esófago como una devastación o como un alumbramiento. Modernidad grata, camareras argentinas, estudiantes extranjeros, americanos que se emborrachan demasiado pronto. Yo comí verdaderamente bien quizá porque pedí de la carta y no los sándwiches.

El Imperio: Para las setas de la primavera y del otoño, sin mucho proceso, con sabor. Camareros peludos y raciales. Recuerdan a venteros cervantinos. La regla es la siguiente: a momentos de crisis, restaurantes temáticos.

Balzac: Tantas parejas, tanto tráfico de amor, tanta gente que se dedica a cosas sorprendentes e inexplicables como la auditoría o la gestión de fondos ajenos. Vienen aquí a desahogar su romanticismo y por tanto el ambiente se vuelve irrespirable. Una vez, un amigo y yo fuimos la única no-pareja del restaurante y creo que nunca me sentí menos querido. Gente de treinta y cinco años que aparenta sólo treinta y quieren dar cuanto antes el paso de Balzac al altar.

Bokado: Noches de tanta gloria por la parte fresca de Moncloa, como si uno estuviese ya por los altos de Navacerrada. Cocina vasca aligerada por la modernidad. El servicio es desatento y –entre el público- hay de todo. A mi juicio, es la terraza más agradable de Madrid porque es terraza y jardín. A mediodía, en cambio, la terraza puede que parezca más bien una cancha de deporte.

Jockey: A la hora de la cena es tan alegre como el Réquiem de Tomás Luis de Victoria. Camareros a los que llamaríamos ‘abuelo’. Merluza pescada hacia 1970. Entre el público nunca faltan viejos ministros del franquismo y mujeres que se han quitado el sudario para ir. He asistido allí a escenas de cortejo que parecían la negociación de un concordato.

La taberna del alamillo / El chile verde: Son los dos mejores mexicanos de la ciudad. Nitidez de sabores no necesariamente picantes: aun así, está claro que uno va por las –o los- margaritas. Dos antes de comer y dos con la comida abren todos los apetitos de la felicidad –así que ojo.

Café Oliver: Quintacolumna francesa donde encontrar turistas jóvenes que no son Erasmus. La cocina se mantiene y el pijerío también se mantiene dentro de una cierta discreción: romanticismo, por tanto, sin exceso ni franqueza aparatosa. Seguramente, es de los restaurantes que van a quedar pero cuidado al pedir pato que es muy graso.

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