Antecedentes de la Gran Armada de 1588

I. Distintos reyes, distintas personalidades.

Tras la II Guerra Mundial, una comisión para estudiar la modernización de la Administración Pública británica encontró una disposición real que ordenaba el pago de un salario con la finalidad de encender unas antorchas cuando se avistase a la Gran Armada irónicamente llamada Armada Invencible por la leyenda negra.

Había miedo de ser invadida por España, un reino cuyos territorios se extendían por América, Asia y Europa. Que, en 1571, en el golfo de Patras, próximo a la ciudad de Lepanto, había derrotado al temible imperio otomano, impuesta la paz en el Mediterráneo en beneficio de todo el Occidente y frustrado el expansionismo turco sobre Europa. Una batalla que en los anales militares siempre ha sido considerada como épica. Frente a un país, integrado por los territorios de Inglaterra y Gales, que en el s. XVII solo ofrecía agricultura, lana y un incipiente comercio.

Era manifiesto un rencor generoso y amplio, un afán persistente de erosionar la autoridad y el prestigio del rey católico en todos los frentes, territoriales e ideológicos. El inglés quizás esperaba del español el mismo daño y saña que recibió, quizás recordando el viejo aforismo bíblico del ojo por ojo y diente por diente. Sin embargo, las virtudes de los monarcas no eran iguales, y la visión de estado de Felipe II respondía a una formación muy cultivada, y a un carácter más reflexivo y prudente, aunque su corazón encajara cada una de las afrentas, y viera estos incidentes con preocupación, la propia del hombre virtuoso con responsabilidades de Estado.

Las formas de Isabel I, en cambio, eran más caprichosas, más erráticas y osadas, hasta el extremo de valerse de la piratería, de una actividad delictiva condenada en todas las naciones, como forma de conseguir sus propósitos. Dos son los principales fines que ambiciona la soberana: lucrarse de las riquezas españolas y perpetuarse en el trono para alejar el hecho de que era una monarca ilegítima por ser hija de Ana Bolena.

Fomentó una línea de confrontación de perfil bajo y de naturaleza transversal que evitó en todo momento el enfrentamiento directo y abierto contra España en campo de batalla o en mar o en océano. Quizás responda esta forma de actuación, a lo que versó un poeta anónimo:

«Allende nuestros mares allende nuestras olas
¡El mundo fue una selva de lanzas españolas!»

Tanto Isabel I como Felipe II eran las cabezas más visibles del protestantismo y del catolicismo. Era una estrategia asumida que la una apoyara a sus partidarios protestantes en Países Bajos y en Francia y el otro hiciera lo propio con los católicos en Irlanda y en Escocia.

Sin embargo, las relaciones entre ambos monarcas estaban aderezadas con otros ingredientes de tipo familiar. Felipe II había sido esposo de la reina inglesa María Tudor, hermanastra de Isabel I, a la que mostró afecto y comprensión cuando fue consorte. Siempre socorrió a Isabel cuando María ocupaba el trono y procuró soluciones cordiales a las asperezas que surgían entre las dos primas. Incluso cuando María murió, se hicieron gestiones para formalizar un matrimonio de Estado que Isabel rehusó.

 

II. Abordando naves y quemando ciudades.

Como nos indica la profesora De Pazzis, los ataques por corsarios ingleses a naves españolas durante los años 1559, 1560 y 1561 fueron sistemáticas. No exponemos los ataques de piratas franceses y holandeses por no estar relacionados con el objeto de este estudio.

Una de las primeras respuestas de Felipe II fue ordenar el decomiso de las mercaderías inglesas en los puertos de Canarias. Este hecho contuvo los asaltos marítimos y la reina inglesa ofreció toda clase de satisfacciones. No obstante, este gesto no impidió ese instinto voraz de abordar naves repletas de productos exóticos y de gran valor. Fue una voluntad perversa la mantenida por la propia reina de promover el pillaje contra lo español porque convenía a su maltrecha economía y a un orgullo dolido por la prosperidad de Felipe II.

El inicio de las actividades ilícitas en las Américas las inició John Hopkins entre 1561 y 1562, traficando en La Española con esclavos capturados en África, sin el previo registro en la Casa Contratación de Sevilla.

La actividad delictiva se amplió al canal de la Mancha y al mar del Norte producto del acuerdo de Hampton Court, firmado en 1562 entre Isabel I y los jefes calvinistas flamencos. Acordaron establecer en Le Havre su puerto refugio y de operaciones. En 1564 dos embarcaciones procedentes de Flandes con rumbo a España fueron abordadas y saqueadas.

En América, amparándose en los temporales que barrían los mares, buscaban refugio en puertos españoles. Desde allí y con abuso de la clemencia ofrecida, desplegaban toda una actividad mercantil que comprendía el tráfico de personas y mercaderías ilegales.

Queda constancia de los desmanes de John Hawkins cuando arribó en 1563 a Santo Domingo, o en 1565 a río de Hacha, en la actual Colombia, o a San Juan de Ulúa, Veracruz, actual México, el 16 de septiembre de 1568.

En este último caso, apareció el día 17 de septiembre, la flota de Francisco Luján que transportaba al virreinato de Nueva España al virrey Martín Enríquez. Ante la sorpresa de los acontecimientos que allí se estaban produciendo, esperaron alguna tropa de Veracruz y desembarcaron en la isla de San Juan, en donde se atrincheraron los ingleses.

Del primer encuentro se les capturó las baterías que las emplearon contra los seis barcos de Hawkins fondeados. Uno fue hundido, tres apresados, entre ellos el Jesús, propiedad de Isabel I. En los dos restantes, los más pequeños, huyeron Hawkins y Drake. Todas las mercaderías y 100.000 libras que portaban quedaron en manos españolas. Por supuesto, se alzaron protestas por la reina y autoridades inglesas con harto dolor e indignación, aunque no se comunicó a la opinión pública que la actividad comercial desempeñada era contraria a las leyes de España.

Tergiversaron la información, es decir, elaboraron propaganda, que pretendía recabar para ellos el estatus de víctima, para arrancar simpatías y comprensiones, para justificar lo ilegal y, en suma, para imponer su voluntad, ignorando las leyes soberanas de otros estados. La estrategia del victimismo siempre se ha utilizado y anteponer las emociones personales a lo ordenado en las leyes, es un recurso a mano que a menudo cautiva a los corazones incrédulos.

Este suceso provocó distintas reacciones. Mientras que Hawkins junto a su hermano William, armador de solvencia en Plymouth, negociaban con España unas compensaciones por las pérdidas en San Juan de Ulúa, Drake emprendía en solitario una campaña de acoso y destrucción sobre las posesiones españolas en América. Estaba claro que el medio para enriquecerse no fue el de los negocios lícitos, sino el más inmediato que le reportaba el pillaje, el saqueo y el homicidio.

No fue autorizado por Inglaterra a atacar las posesiones españolas, así que tomó la determinación de acometer en solitario esta empresa. Se ha escrito sobre una flotilla compuesta por dos barcos y una reducida dotación de hombres. Una empresa de duración inferior al año, aunque no existe mucha documentación sobre ella. 

La iniciativa fue fructífera hasta el punto de qué Isabel I le concedió́ la patente de corso para abordar y saquear barcos de España. Y los abordajes y el robo prosiguieron...

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