Colaboracionismo

La palabra colaboracionismo no está demasiado bien vista. En épocas de conflictos entre naciones, los colaboracionistas eran los que ponían buena cara y facilitaban las cosas a la potencia enemiga e invasora. Lógicamente caían mal.

En política puede que sea distinto. Si un político pide colaboración a otro de distinto partido, el que éste se niegue a colaborar puede dar lugar al rechazo de la opinión pública, sobre todo si la colaboración que se pide es para un asunto tan sensible para los ciudadanos como la crisis económica.

Tras meses de negar los problemas, después de varios desplantes, cuando ha calificado de antipatriotas a quienes hablaban de crisis en la economía y en momentos en los que aún en Nueva York sigue sacando pecho, el presidente del Gobierno dice que va a convocar a Mariano Rajoy para hablar de las soluciones a esta situación.

Además de hacerlo con cierta arrogancia y desde una posición casi de limosna hacia el pordiosero que solicita ir a La Moncloa, desconoce Rodríguez Zapatero cuál es en democracia la función del ejecutivo y cuál la de la oposición.

En democracia -y salvo que esté en juego la soberanía nacional, la paz o la independencia de la nación, amenazada por una potencia extranjera- la colaboración entre la oposición y el Gobierno es atípica, por cuanto debe de ser el ejecutivo quien con arreglo a su programa electoral y a sus ideas sobre los problemas en la gestión de la cosa pública trate de solucionarlos. Si no puede o no es capaz, lo normal es que dé paso a otras fórmulas e ideas.

Pero el truco de pedir colaboración cuando vienen mal dadas y que se den ideas desde la oposición está muy visto.

La función de la oposición es ejercer el control del ejecutivo y criticar la gestión que – a su juicio- no sea acertada.

La gestión y las ideas para resolver los problemas corren a cargo del Gobierno, que es quien ha recibido el mandato de los ciudadanos precisamente para gobernar.

Lo otro es una trampa. Si la oposición no acude, no da ideas o no ayuda a resolver los problemas, será desleal y se la pondrá a los pies de los caballos de la opinión pública.

 

Es esperpéntico oír, un día sí y otro también, a políticos como José Blanco acusar al Partido Popular de no dar ideas y de dedicarse a criticar. Esa es precisamente la función de la oposición. Las ideas debe de tenerlas y debe de ponerlas en práctica quien gobierna. Y si no tiene ideas o no sabe ponerlas en práctica, lo que tiene que hacer es abandonar la gestión pública y pasar a la oposición

Que no se tomen como ejemplo los intentos de acuerdo entre los partidos en Estados Unidos. La iniciativa, el plan y su ejecución parten del Gobierno. Y, aún así, hay parlamentarios que no lo aprueben porque su forma de arreglar el problema sería otra.

Eso sí, si estuvieran en el Gobierno y pudieran hacerlo.

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