Lo peor del nuevo Gobierno de Rodríguez Zapatero –incluido el cambio de ritmo- es José Luís Rodríguez Zapatero

Para cualquier Jefe de Gobierno, por muy optimista que sea, es un ‘trago’ presentar ante la opinión pública un nuevo equipo tras cesar al anterior que ha durado menos de un año. Es muy difícil comparecer en una rueda de prensa en plena crisis, anunciar nombres que se van y nombres que llegan, alabar a personas de las que se prescinde y tratar de mostrar las bondades de los nuevos.

La alocución de Rodríguez Zapatero en la que anunció los cambios, ceses y nombramientos fue, posiblemente, una de sus intervenciones más desafortunadas y patéticas. Como todo se ha hecho bien, como los que se van han sido eficaces, y como los que llegan son el no va más, el presidente apoyó su nuevo Gobierno -pura y simplemente- en la necesidad de un cambio de ritmo. Es poco.

La trayectoria de Elena Salgado, a quién el presidente califica de gran organizadora, es escasa para cambiar el ritmo de Solbes frente a la crisis económica, y sobre todo para frenar las apetencias ‘gastadoras’ de muchos de sus compañeros en la mesa del Consejo de Ministros. La dimisión fulminante de Vegara es sólo el comienzo de un serie de problemas con los que se va a encontrar la nueva vicepresidenta, que ya ha vuelto a los tópicos de entrevistarse con los agentes sociales -sindicatos y patronal- que no se sabe muy bien a qué se dedican y a quién representan.

La llegada de Chaves a Madrid, sea para quitarle de en medio en Andalucía, para premiarle con la patada hacia arriba, o para dar un aviso a los navegantes del tripartito catalán y una lección a Montilla, no se tiene en pié. Encargar el cambio de ritmo de las negociaciones con las autonomías a quien durante veinte años ha protagonizado, desde Sevilla, enfrenamientos con la mayoría de ellas y con las que ahora tiene que batallar, no parece un acierto. Tampoco es que la capacidad de ilusionarse y de ilusionar de Manuel Chaves esté en su momento álgido. El clan de los sevillanos ya no existe y la tortilla está más que pasada de fecha.

Trinidad Jiménez –miembro destacado del clan que, sin tortilla, llevó Zapatero a La Moncloa-  tiene el estigma de haber fracasado en Madrid y de no haber podido cambiar el ritmo de la capital, precisamente con un programa en el que alardeaba de eso que los socialistas llaman ‘políticas sociales’. Ya ha dado su primer golpe de mano y se hace cargo directamente de la Secretaría de Estado de Asuntos Sociales, aún no se sabe si con Zerolo o sin Zerolo. Su colaboración con Bibiana Aído en asuntos de feminismo, de aborto, de eutanasia, de matrimonio y adopciones entre parejas del mismo sexo y otros ‘avances sociales’ va a ser el pan nuestro de cada día.

González Sinde, dicen que llegó al cambio de ritmo casi con el control cerrado, pero para seguir dedicándose al cine y a nuestros cineastas como paradigma de la cultura y de quienes la detentan, no necesitará ni siquiera cambiar el ritmo.

El nuevo ministro de Educación Ángel Gabilondo es el que más ritmo tiene que cambiar. En Bolonia vienen mal dadas y por mucha experiencia que tiene el ex-rector en manifestaciones de protesta contra el poder y en algaradas estudiantiles, a lo mejor no es suficiente para la que se le puede venir encima.

Y Blanco… Ha dicho Leire Pajín que la más perjudicada por la marcha del gallego al Gobierno es ella. ¡Dios la oiga! Pero no hay que hacerse muchas ilusiones en cuanto a los perjudicados por la llegada de José Blanco a Fomento. Lo que queda claro es que difícilmente puede haber una mejor plataforma de lanzamiento para presidir la Xunta que el ministerio del gasto y de las infraestructuras. Con Blanco, la incógnita se centra en averiguar si el cambio de ritmo va a ser tan radical como para hacerle olvidar sus ‘tics’ de oposición permanente al Partido Popular.

Un Gobierno parcheado para no se sabe cuánto tiempo. Un Gobierno que sirve para parchear a Rodríguez Zapatero que es quien de verdad necesita un cambio de ritmo. Igual hora lo consigue desde el fantasmal pseudoministerio de deportes del que se ha hecho cargo personalmente.

 

Un Gobierno que, con la ley que proyecta Bibiana Aído, a lo mejor ni hubiera visto la luz, debido a ‘malformaciones congénitas’.

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