Verano sangriento

Criticaba el maestro Gregorio Corrochano el ‘Verano Sangriento’ de Ernest Hemingway y, entre otras cosas, le reprochaba que andaba por los callejones de las plazas de toros como un cuervo, siempre rondando buscando la tragedia y oliendo la muerte.

Dice el gran crítico taurino que la muerte, las cogidas y la sangre siempre están presentes en el mundo del toro y esa es su grandeza. Pero la sangre por la sangre, la tragedia por la tragedia, el drama por el drama, ni es torear, ni es arte, ni es belleza. Y, lo que es peor, ese planteamiento, a poco que se analice con espíritu negativo, se revolverá en contra de la Fiesta.

Quien se asome a las páginas taurinas de los últimos días y contemple una serie de fotografías en las que un ser humano pende de los pitones de un toro, es revolcado por el astado, sale por los aires, muestra la cara ensangrentada, el vestido de torear hecho jirones y las heridas abiertas y sanguinolentas en primer plano, va a entender muy poco de lo que es torear y mucho menos va a valorar el toreo como una de las bellas artes por las que Curro Romero, sin ir más lejos, ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla.

Decía hace unas semanas el ganadero Victorino Martín que una cosa es torear y otra arrimarse. Para torear hay que arrimarse y para ser torero hay que tener un valor a toda prueba. Cuanto más se arrime un torero, mejor, y cuanto más valor tenga, más torero será. Pero ni el valor es todo en el toreo ni el arrimarse supone ser un buen torero.

Es muy posible que la tragedia presentida enardezca a los públicos y que ese mismo olor a tragedia que Corrochano repudiaba en el premio Nóbel de literatura haga que muchos espectadores acudan a las plazas. Pero tampoco eso significa que sean aficionados a los toros ni mucho menos que sean buenos aficionados.

En los últimos tiempos se ha reprochado que la Feria de San Isidro es un acontecimiento social en el que ‘hay que estar’. Se hacen negocios, se obsequia a clientes y las empresas tienen un palco que distribuyen como el que regala cestas de Navidad. Pero la auténtica afición a los toros queda muy lejos. Y si no, que se lo pregunten a los novilleros o matadores de menos fama que hacen el paseíllo en el agosto ‘venteño’.

Dicen que ‘El Guerra’, refiriéndose a Juan Belmonte, sentenció y dijo que el que quisiera verlo se diera prisa, porque así no se podía torear. Se equivocó el maestro.

Quienes se tienen que dar prisa son los que creen que el toreo es la cogida por la cogida y la sangre por la sangre. Se tienen que dar prisa porque, a lo mejor, quienes no son demasiado aficionados pueden llegar a cansarse del olor a cloroformo.

 
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