La Constitución deshabitada

Desde que Zapatero ocupa la Presidencia del Gobierno, cada año va adquiriendo un tinte más melancólico la celebración del día 6 de diciembre. Puede que los fastos sean los mismos de siempre, reglados por un protocolo invariable, pero el alma de la efeméride está cada vez más viciada de impostura. Es como si los españoles –los españoles que creemos en la vigencia de la Carta Magna– sintiéramos un intenso síndrome nacional del nido vacío, porque la mayoría de nuestros parientes ya se han desbandado con adioses displicentes para constituir nuevos hogares, y no obstante, con motivo de aquel lejano referéndum, se pretendiese convencernos de que en el fondo nada ha cambiado, de que todos seguimos viviendo felices en las amplias estancias del viejo caserón familiar.

Sin embargo, de ese viejo caserón unos se han llevado la cubertería de plata, otros han desclavado el rótulo dorado de la puerta con los apellidos de la familia, hay quien anda conchabado con alguna mafia para facilitarle el desvalijamiento de lo poco que queda de valor en la casa, y alguno guarda a buen recaudo los añejos álbumes de fotografías para seleccionar aquéllas que prefiere de los lances de los ancestros, y mostrárselas, digitalizadas, a las visitas. Esto es en esencia la España de pulsión confederal por vía estatutaria, la España cuya solidez política y jurídica va fundiéndose al calor de la confusión deliberada o incauta de los conceptos básicos, la España que rebaja el Estado de Derecho a las proporciones ínfimas que requiere un diálogo con asesinos, la España que revisa su pasado con ánimo de revancha oportunista en el presente.     

El 6 de diciembre todo volvió a su lugar y, en cambio, nada era cierto. Aparecían juntos otra vez nuestros representantes, atildados, sonrientes, satisfechos, sorprendidos algunos incluso por el retorno del hijo pródigo catalán. Se habló de consensos similares a los de antaño, pero Zapatero y Rajoy, como si una fría bocanada que a la vez continuara y anticipase el aire de la calle se hubiera introducido por los ventanales del Congreso, ni siquiera encontraron la ocasión de un mínimo saludo. Se fueron ellos, se fueron los demás, los ujieres apagaron las luces del palacio, al cabo de unas horas cayó la noche sobre Madrid, amaneció el jueves y España volvió a madrugar con sus incertidumbres y su Constitución un poco más deshabitada. El año que viene quizá en su solar ya se levante un airoso bloque con diecisiete soluciones habitacionales. Y por supuesto, serán de protección oficial.  

 
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