Zapatero gastón

Gastar con la euforia de un marinero borracho está entre los trucos políticos de mayor tosquedad pero -sorprendentemente- está también entre los de mayor rentabilidad y vigencia. Como siempre, habrá que recordar que ni el metro ni los trenes ni el recortado de los topiarios son pagados por el peculio presidencial sino por un dinero que sale de nuestros bolsillos para volver siempre con merma. En el caso español, en ningún supuesto hablamos de una sociedad unánime en la convicción de un bien común que -por nuestra parte- exigiría concesiones. La génesis del Estado del Bienestar tuvo incluso su pertinencia moral en aquel momento de aquella Europa, con un matiz no menor de sacrificio. Hoy por hoy es un paradigma insostenible y el momento social habla más bien de movimientos de acomodación y dependencia. Véase la cultura del subsidio como una sobrealimentación, a cuenta del superávit. Es como beberse un brandy más para la tenia.

Es sorprendente que entre nuestras responsabilidades esté fundamentalmente ser responsables de nuestro dinero porque es nuestro futuro mientras de alguna manera aún se acepta que el dinero público sirva para hacer 'shopping' de votos. Ahí todo puritanismo es escaso porque los gobiernos no han de mirar en qué gastar -el gasto no es evitable- sino ante todo en cómo no gastar, más aún cuando el escrutinio de las cuentas públicas se disipa en una opacidad de administraciones, todas dotadas de pasión recaudatoria. Al final, resulta que uno paga el IBI para pagar una noche en blanco que tendrá pretensiones de uniformidad porque lo público es incapaz de otra cosa. Casi todo gasto se vuelve suntuario.

Alguien tendrá que estudiar el fenómeno de ilusión óptica por el cual en España parece que el dinero público viene del cielo a modo de maná. La hiperactividad de los políticos se alimenta del dinero del contribuyente pero aún tiene el mejor predicamento. Es como un mecenazgo a nuestra cuenta para que después de terminarse las obras del metro aún se hayan de pagar vallas de publicidad institucional. La tendencia al fraude está en el manejo de los fondos públicos como el pecado original en la naturaleza humana, y habrá fraude en las ayudas a la vivienda como en las ayudas a la escuela como lo hubo y lo hay en el subsidio del desempleo. Zapatero lanza caramelos cuando las tendencias de la demografía apuntan más bien a que es más prudente dejar llenos los graneros.

 
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