El contrato

Fue un error, una licencia inadmisible que se tomó el periodista, una interpretación libérrima de las palabras de Zapatero. De acuerdo. Le Figaro publicó el miércoles una entrevista en la que, al consultársele al presidente por el interés de ETA en dejar las armas, se le atribuía la frase: «Nosotros hemos cumplido nuestra parte del contrato». Bien. El responsable ha admitido que le traicionaron las prisas al traducir sus declaraciones, y que la frase literal, transcripción en mano, fue esta otra: «Nosotros hemos hecho lo que debíamos hacer». Conforme. No es lo mismo, pero en realidad, ¿hasta qué punto es diferente?   El problema estriba en que no tenemos evidencias claras para responder a esta pregunta. Entre las vaguedades de «lo que debíamos hacer» y las concreciones de un supuesto «contrato», media algo más que la temeridad léxica de un entrevistador, algo más que lo que diferencia una evasiva fácil de un compromiso vinculante, algo más incluso que la distinta perspectiva de los hechos según se escoja una formulación u otra (de ahí el ahínco gubernamental en exigir la necesaria enmienda): porque del deber cumplido se presupone destinatarios a los ciudadanos, y de un pacto entre partes, a los terroristas. Lo que media sobre todo, y con no escaso fundamento, es la pura sospecha.        El lapsus del periodista nunca se hubiera producido si la nitidez del contorno de la realidad imposibilitase la confusión de los términos que la nombran. Pero es que entre esos deberes presuntamente cumplidos por parte de Zapatero hay que incluir, por ejemplo, el empeño en continuar con el «proceso» a pesar de que ni ETA ha entregado las armas ¾bien al contrario¾, ni ha cesado la violencia, ni la izquierda abertzale ha condenado a quienes la ejercen. Y también hay que incluir la aceptación de la mesa de partidos, los llamamientos a la lenidad judicial, o el obstinado silencio en torno al futuro estatus de Navarra. Así pues, como los beneficiarios de todas estas oscuras maniobras son siempre los mismos, los terroristas, y como los responsables gubernamentales no desmienten las informaciones que van apareciendo sino con elipsis, sobrentendidos y deseos de pronta mejoría para la delicada situación, no es nada descabellado que cunda la sospecha ni que a alguien se le escape, sin malicia, una palabra tabú. A falta de transparencia, en este proceso habrá que ir operando como los científicos: con el mantenimiento de una hipótesis hasta que otra más convincente logre su falsación. Si tomáramos por buena ¾supongamos¾ la hipótesis del contrato, ¿quién sería capaz, recurriendo a los datos disponibles, de demostrar con visos de éxito su endeblez maledicente?

 
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