La responsabilidad de Rajoy

De sobra sabe el líder del PP que se la juega a una sola carta en las próximas elecciones generales. Si gana y puede formar gobierno, todo serán parabienes. Si pierde, y por mucho que haya expresado en los últimos meses su intención de seguir, es consciente que eso sería muy difícil, porque no sólo habría movimientos en su partido para descabalgarle, sino que la propia opinión pública reclamaría un cambio profundo al frente de la nave popular. Y conociendo algo el componente “metafísico” de Rajoy, sería muy extraño que planteara batalla desde una posición de perdedor.

El balance del verano no ha sido positivo para la imagen del candidato del PP a la Moncloa. El ha sido quien no ha querido zanjar el debate abierto por Ruiz Gallardón y su pretensión de estar en la “pool position” para un hipotético escenario sucesorio. Su tendencia natural a ponerse de perfil ante los problemas se ha acentuado en estas semanas de estío. No tiene ningún sentido que con todos los problemas que ha tenido el Gobierno y el PSOE durante el mes de agosto –caos en la infraestructuras de Barcelona; crisis profunda en los socialistas navarros; abandono del partido de una dirigente del peso de Rosa Diez- al final, haya ocupado más portadas y análisis las noticias relativas a una hipotética sucesión del actual líder del PP.

Rajoy todavía tiene tiempo para enderezar el rumbo. Quedan seis meses para las elecciones generales; el PP ganó las municipales –sacó 156.000 votos más que el PSOE- hace sólo cuatro meses; las encuestas –la última publicada por El Mundo hace una semana daba una ventaja de sólo 1,4 puntos a los socialistas respecto a los populares- indican un empate técnico. ¿Por qué entonces ese clima de opinión de que el PP tiene casi todo perdido?

Es verdad que el líder de la oposición tiene menos instrumentos para ilusionar, menos “conejos de la chistera” que sacar que el Presidente del Gobierno, que para eso cuenta con el BOE, con el presupuesto general del Estado y con cinco televisiones de ámbito nacional a su servicio. Pero a pesar de todo, Rajoy tiene que poner toda la carne en el asador y explicar a los españoles, por un lado, la trascendencia de estas elecciones, que no son unas más, sino que son quizás las más importantes de los últimos años, porque el futuro de España como nación y como proyecto colectivo está en grave peligro si Zapatero sigue cuatro años más en la Moncloa.

Tiene que saber formular una alternativa de gobierno atractiva, positiva e ilusionante. Y hay que comunicarla bien, para lo que a la dificultad objetiva del erial mediático, sobre todo televisivo, que tiene el partido presidido por Rajoy, habría que añadir que algunos de los rostros del PP que más se prodigan en los medios de comunicación deberían pasar a una segunda línea, porque en algunos casos no es que estén quemados, es que están literalmente abrasados y en otros, proyectan una tristeza y una falta de ilusión infinita. No hace falta poner nombres, porque está en la mente de todos. Pero es a Rajoy al que le corresponde tomar decisiones.

El PP ha aguantado bien en esta legislatura lo que ha sido uno de los ejes centrales de la política de Zapatero: conseguir su aislamiento social y político de lo que es el centro-derecha en España. No lo ha conseguido y hoy es el día en que los populares siguen con una base electoral muy sólida –en torno a los diez millones de votos si la participación es alta- y con posibilidades reales de poder ganar las próximas elecciones. Para eso se necesita, entre otros ingredientes, ganas, audacia en los planteamientos, ambición en los proyectos y convicciones firmes, muy firmes. Y el primero que tiene que predicar con el ejemplo es Mariano Rajoy.

 
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